En el espíritu de Jesús: Pistas y Desafíos para una ESPIRITUALIDAD REFORMADA Contemporánea, Contextual y Transformadora - Tercera parte | Por Jorge Daniel Zijlstra - El Blog de Bernabé

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sábado, 6 de mayo de 2017

En el espíritu de Jesús: Pistas y Desafíos para una ESPIRITUALIDAD REFORMADA Contemporánea, Contextual y Transformadora - Tercera parte | Por Jorge Daniel Zijlstra


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Imagen: Pixabay
Espíritu y profundidad

Espiritualidad tiene que ver con la búsqueda de significado y propósito para la vida y refiere entonces a un llamado a dotar de profundidad la vida porque implica  comprometerse con la dinámica del espíritu que nos llama a sustentar la vida y devolver la armonía a la creación. El lema de la XII Asamblea General de la Alianza de Iglesias Presbiterianas y Reformadas de América Latina (AIPRAL), Sao Paulo, agosto 2016, plantea un pedido a Dios, “Ayúdanos a sostener la armonía de la Creación”

El espíritu ruaj, como hemos dicho, nos moviliza a la protección de la vida y a buscar la transformación del mundo. El Consejo Mundial de Iglesias (CMI)  en un documento que se titula "Juntos por la Vida: Misión y Evangelización en Contextos Cambiantes” afirma que:
"La espiritualidad da un sentido más profundo a nuestras vidas y motiva nuestra acción. Es un don sagrado del Creador, la energía que permite afirmar y cuidar la vida. Esta espiritualidad de misión posee una dinámica de transformación que, mediante el compromiso espiritual de las personas, es capaz de transformar el mundo en gracia de Dios”. (CMI) 
Tenemos hambre de una fe más profunda en contraste con la vaciedad que produce el mundo actual en el espíritu humano:
"el resurgimiento del interés en el Espíritu y la espiritualidad, desde una perspectiva amplia, es reflejo de una protesta contra la despersonalización y la burocratización tanto en la iglesia como en la sociedad. Es un intento de un nuevo acercamiento a una nueva relación con Dios, hambre por una fe más profunda y la obtención de recursos espirituales para tratar con las crisis de los problemas personales y corporativos. Todo se mueve en esta dirección porque mucha gente se siente sola e ignorada en esta sociedad teconoburocrática. Además, existe un profundo sentido de vaciedad al interior de las personas.” (Sergio Ojeda)
El teólogo brasileño, Leonardo Boff trabaja ampliamente la espiritualidad como la búsqueda y encuentro de la profundidad. Dice:
"El ser humano no posee solamente exterioridad, que es su expresión corporal. Ni solo interioridad, que es su universo psíquico interior. Está dotado también de profundidad, que es su dimensión espiritual.” (Leonardo Boff) 

Y agrega:
“el espíritu representa la dimensión de lo humano profundo. La espiritualidad, que de él se deriva, es un modo de ser, una actitud fundamental, vivida en la cotidianidad de la existencia”. (Leonardo Boff)  
En la vida cotidiana las decisiones que tomamos - o que dejamos de tomar- hacen evidente la profundidad o superficialidad con la que vivimos la existencia, se hace evidente hasta qué punto estamos encarnando, o no, el espíritu que movía a Jesús. Enrique Martínez Lozano lo expresa con claridad:
"Espiritualidad hace referencia a la dimensión profunda y absoluta de la existencia. No es lo opuesto a lo material, sino a lo superficial; no es lo opuesto a vivir, sino a vegetar o sobrevivir; no es lo opuesto a la libertad, sino a la sumisión y rigidez; no es lo opuesto a la novedad, sino al anquilosamiento y la rutina; no es lo opuesto al placer, sino a la muerte; no es lo opuesto a la creatividad, sino al pensamiento dogmático; no es lo opuesto a la vida, sino al ego reductor... Y “no es lo opuesto a...”, porque lo espiritual –mal que le pese a nuestra mente formada en un dualismo de corte maniqueo que desembocó con frecuencia en un “espiritualismo” inhumano- tiene el sabor de lo material, del placer, de la libertad, de la novedad, de la creatividad (…) de la vida. Espiritualidad hace referencia a amplitud y apertura; es no- encorsetamiento, no-exclusión, no-fronteras, no-costuras”. (Enrique Martínez) 
Espíritu y nostalgia (saudade)

Una espiritualidad reformada contemporánea, contextualizada y transformadora no puede cantar los coritos del mercado, no puede recitar oraciones de pasividad y resignación, ni reír los cuentos de los modelos hegemónicos del mercado y de la prosperidad. Mientras en medio nuestro no haya justicia, vida para todos, lugar en la mesa del reino para las y los oprimidos sentiremos que nos falta algo, sentiremos que no podemos ser plenos y que este mundo no puede ser el anhelado porque está incompleto, porque le falta algo a lo que aspiramos.

Rubén Alves - fundador presbiteriano de la Teología de la liberación - trabaja mucho la espiritualidad desde esa perspectiva de nostalgia - o mejor aún de saudade. Saudade, dice la gente de Brasil, no es lo mismo que nostalgia. Es algo más. Es una palabra que tiene que ver con ausencias, con cosas que nos faltan, pero que a la vez están presentes; tiene que ver con realidades que anhelamos, que esperamos, que nos inundan pero que hoy no vemos. Pablo tenía una definición de fe bastante parecida a esta: Fe como lo que esperamos aún sin ver, pero que sabemos que se habrá de realizar (Hebreos 11:1).

Saudade expresa un sentimiento afectivo, próximo a la melancolía y la nostalgia, “estimulado por la distancia temporal o espacial a algo amado y que implica el deseo de resolver esa distancia”. Las saudades, las nostalgias, las ausencias, presencias, sueños y utopías son parte de la identidad de quienes somos migrantes y de quienes somos “del camino” de Emmanuel, un Dios que migró de lo celeste a lo palpable, para que la vida y la plenitud vuelvan a la tierra, porque este es el sentido del mundo, un espacio común, con lugar para que todas y todos puedan vivir con plenitud.

Sin embargo, la sensación de no estar en nuestra tierra es una constante de quienes creemos en algo más. No necesitamos estar fuera de nuestra geografía para definirnos con el credo antiguo “extranjero y peregrino soy entre vosotros” (Génesis 23:4). En especial cuando sentimos vivir en un mundo que no es mundo y donde la esperanza flaquea y la no-vida golpea a las personas más sufridas e indefensas.

Es la sensación del escritor bíblico cuando dice “somos forasteros y peregrinos delante de TI, como lo fueron nuestros padres, como una sombra son nuestros días sobre la tierra y no hay esperanza” (1a Crónicas 29:15). Y cuando no hay esperanza, hay silencio. Y qué duro es el silencio de palabras de vida cuando estás rodeado por mensajes que te llegan en otro idioma y en otro sentido, en el embalaje de una cultura extraña que habla el lenguaje de los poderosos, con palabras amenazantes de juicio y prejuicio.

Es fácil para los migrantes, en especial las y los más sufridos, comprender el dolor que significa sentirse sin tierra, sin historia, sin futuro, sin esperanza y sin Dios, en especial cuando se vive en el imperio de otros dioses de otras tierras. Solo queda la oración antigua “escucha mi oración, Oh Señor y presta oído a mi clamor, no guardes silencio ante mis lágrimas, porque extranjero soy junto a Tí, peregrino como todos mis padres” (Salmo 39:12)

Así lo expresa el salmista en tiempos de exilio, “cuando estábamos en Babilonia, lejos de nuestro país, acostumbrábamos sentarnos a las orillas de sus ríos [los ríos de los opresores] ¡No podíamos contener el llanto al acordarnos de Jerusalén!“ (Salmo 137:1).  

Ignacio Simal, fundador de Lupa Protestante, pastor, teólogo y líder de la Iglesia Evangélica en España escribió una versión contextualizada de este salmo en su artículo “Navidad o la nostalgia que conlleva el exilio” (2011). Dice así:
“Sentados junto al mundo de los empobrecidos,
llorábamos al acordarnos de la Utopía
anunciada por Jesús de Nazaret.
En los álamos de las grandes urbes
colgábamos nuestras guitarras.
Allí, los que nos esclavizaron, empobreciéndonos,
los que todo nos lo habían arrebatado,
nos pedían que cantáramos con alegría;
¡que les cantáramos canciones de Utopía!
¿Cantar nosotros canciones del Señor
en este modelo de sociedad que nos es extraño?
¡Si llego a olvidarte, Utopía,
que se me seque la mano derecha!
¡Que se me pegue la lengua al paladar
si no me acuerdo de ti,
si no te pongo, Utopía,
por encima de mi propia alegría!” (Ignacio Simal, Reformado, español)
Ignacio Simal también nos habla de la nostalgia y de esa sensación de exilio en nuestro propio mundo y dice -en sintonía con Alves, Cervantes Ortiz, con Boff, Brun y con nosotras y nosotros:
“Cuando se arrima a mi hombro la nostalgia. Nostalgia de un mundo mejor, de una iglesia mejor a la manera de Jesús de Nazaret. Es en ese momento cuando me siento, junto con muchos de mis hermanos y hermanas, en el exilio. Un exilio no querido, ni deseado, sino un exilio impuesto. Somos exiliados en una Aldea Global donde se nos pide que cantemos con alegría a fin de espantar nuestro mal, olvidando así la utopía del “reino de Dios” y justificar, de esa manera, a los que nos esclavizan (no ignoramos los nombres de los que rigen “Babilonia”).”
Pero no, no podemos cantar con el fin de diluir nuestros sueños y ansias de ver con nuestros ojos y palpar con nuestras manos la nueva sociedad que anunció Jesús de Nazaret. Ese otro mundo posible que muchos añoramos.

En medio de esta Aldea Global no perdemos la esperanza, ni el ánimo.

Simplemente nos rebelamos a atender a sus mentiras, y seguimos en la lucha cotidiana creando sueños y mundos humanizados, pequeños en tamaño, pero signos de que un modelo de sociedad diferente es posible. Los construimos a través de comunidades y de movimientos sociales que paso a paso nos abren la puerta al mundo nuevo.
Entonces, cuando lo logremos podremos confesar que el Señor nos ha liberado de la esclavitud, ha cambiado la suerte de nuestro mundo. Entonces nos parecerá que estamos soñando, nuestra boca y nuestros labios se llenarán de risas y gritos de alegría (Sal. 126:1,2).”
(Ignacio Simal)
Y a fin de cuentas, nada puede detener nuestra esperanza, cantamos sobre la utopía y sentimos la nostalgia activa que nos mueve a la construcción de una realidad nueva de la que somos parte. Somos un pueblo con nueva ciudadanía, nuestra pero de todas y todos los que trabajamos por un Reino nuevo sin exclusiones, sin multitudes obligadas a dejar su tierra o a vivir como no gente.
La nueva realidad por venir, que anhelamos y por la cual nos damos, nos inunda de nostalgia. Es la promesa que nos moviliza a la esperanza:
“Cristo vino a traer buenas noticias de paz a todos, tanto a ustedes que estaban lejos de Dios como a los que estaban cerca. Pues, por medio de Cristo, los unos y los otros podemos acercarnos al Padre por un mismo Espíritu. Por eso, ustedes ya no son extranjeros, ya no están fuera de su tierra, sino que ahora comparten con el pueblo santo los mismos derechos, y son miembros de la familia de Dios.”  (Efesios 2: 17-19)
Pensemos en las nostalgias de lo nuevo que nos han conducido hasta aquí y los desafíos que nos plantean respecto a nuestros sueños, esperanzas y utopías.  Dejémonos interpelar con las palabras de Rubén Alves sobre la saudade, quien en su libro “Creo en la Resurrección del Cuerpo” escribió una reflexión que dice así:
“Dios vive en la nostalgia, ahí donde el amor y la ausencia se asientan. ¿Sentir a Dios? ¿Tener comunión con Él? Es sentir nostalgia por el Reino, es gemir con la creación toda, sintiendo dentro de nosotros mismos el futuro que va creciendo, como embarazo… Ahí en la tierra de la nostalgia, hacemos nuestras casas. Somos inmigrantes, sin descanso, sin parada, siempre en camino. No hay lugar para reclinar la cabeza. Como plantas arrancadas, raíces a la vista, de tierra seca... Exiliados, construimos nuestros nidos en árboles de futuro. Es así, un camino en el que construimos nuestros toscos altares y quemamos nuestros sacrificios (Rm. 12). Entonando como canción el nombre de esta nostalgia sin fin, Cristo Jesús. Y pedimos que Él dé pan y vino a nuestra nostalgia, contándonos sus esperanzas, los cuerpos libres, alegres, fraternos, saltarines, el Reino de Dios, realización de las bienaventuranzas.”  (Rubén Alves, “El rostro risueño de Dios”, traducción Doris Arduin)
Cervantes Ortiz traduciendo un texto del Rubén Alves dice :
“ Esto puede parecer un poco extraño. Ellos viven en medio de presencias, pero nosotros somos habitantes de ausencias. Deseo: reconocer que algo está faltando. Nostalgia. Yo sugeriría que la espiritualidad tiene que ver con esto: vivir en medio de la presencia de una ausencia. De ahí surge todo lo bello que hacemos: el amor, la poesía, los jardines, la música, las revoluciones… Todo. Hacemos estas cosas para completar el pedazo que está faltando. ¡Ah! Pedazo de mí, que me arrancaron… Soy espiritual por causa de esto: de mi cuerpo brota una canción, un suspiro, un deseo, una nostalgia por algo que no encuentro, y pienso que siento, en el Viento, el olor de esta cosa…
Deseo: somos espirituales por causa del deseo.
El deseo apunta hacia lo que está ausente.
Y nosotros, seres extraños, somos capaces de vivir por causa de esta ausencia.
No, no es el deseo de una casa, o de una novia, o de un automóvil… Es la tristeza que permanece, incluso cuando todas estas cosas pequeñas son satisfechas. Somos, incurablemente, planteadores de algo perdido… que deseamos reencontrar, en el futuro.
Mas, para esto, es necesario saber el nombre del Deseo.
Sucede que somos banales. Y cuando tratamos de decir el nombre de nuestro Deseo —¡este gran deseo, nombre sagrado!— hablamos demasiado aprisa, sin darnos cuenta de que no sabemos su nombre… El deseo es como el nombre de Dios: los hebreos no podían pronunciarlo y, por lo mismo, se olvidaron de él. Si supiésemos de esto hablaríamos menos en nuestras oraciones porque comprenderíamos que hablar es embrollar. Es preciso descubrir el nombre de nuestro gran Deseo —el que, por cuya causa, abandonaríamos todo, lo que nos haría bienaventurados.
Pero esto requiere trabajo, mucho silencio, mucha disposición para escuchar, mucha sinceridad, desaprender tanto bla-bla-bla. Aprender el lenguaje poético, en donde cada palabra es absolutamente indispensable.
Decir el nombre de nuestro gran deseo es orar. Sólo esto es orar. Lo demás es blasfemia.
Espiritualidad: la búsqueda de ese Deseo perdido, deseo de vida, que nos liberaría de los deseos de muerte que nos petrifican…
Es preciso volar… (Traducción de Rubén Alves por Leopoldo Cervantes Ortiz) 
Y es preciso cantar. Cantemos la utopía de un mundo nuevo por venir y que la certeza del Reino nuevo nos movilice a encarnar en nuestro tiempo el espíritu de vida de Jesús.

Espíritu y transformación

Por todo esto la comunidad ecuménica mundial declara que:
"La espiritualidad da un sentido más profundo a nuestras vidas y estimula, motiva y da dinamismo a lo largo de la vida. Es energía para una vida en su plenitud y exige el compromiso de resistir a todas las fuerzas, los poderes y los sistemas que niegan, destruyen y menoscaban la vida.” (CMI) 
Esta es una de las enseñanzas del Siglo XVI, donde un grupo de personas deseosas de ser fieles a Dios transformaron no solo la iglesia y la manera de acercarse a Dios de las personas, sino la sociedad y la manera de relacionarse entre conciudadanos y con los poderes de su tiempo:
“La Reforma protestante, en ese sentido, fue y es no sólo un movimiento que intentó transformar a la Iglesia como siempre se dice, sino que, radicalizando algunas de sus posturas más revolucionarias, buscó un nuevo rostro de Dios, el Dios de la libertad, por la parte teológica, y quiso liberar a la fe de sus supuestos dueños, los poderosos que administraban, ya desde entonces, la religión como si fuera una mercancía. Como confluencia de estas afirmaciones surgió lo que Paul Tillich denominó el principio protestante, es decir, el rechazo a cualquier forma de endiosamiento a cualquier realidad que no sea Dios mismo.
La espiritualidad reformada es, ante todo, una espiritualidad cristiana que se ha atrevido a buscar, desde sus orígenes, que no se remontan sólo al siglo XVI sino a toda la historia de la fe bíblica, congruencia entre obedecer la voluntad de Dios y responder a los desafíos que cada época le plantea la fe:
(…) Por eso se dice que Calvino no solamente hizo cambios sustanciales en la manera de entender la salvación y la Iglesia sino que también forjó una nueva civilización, adonde es posible seguir creyendo en el Dios de Jesús y al mismo tiempo asumirse como sujetos transformadores de la existencia desde el lugar en que Dios nos haya puesto dentro de la sociedad. En ese sentido, la principal característica de la espiritualidad reformada es su sentido de responsabilidad hacia Dios y hacia la historia.” (Leopoldo Cervantes Ortiz)
Sin lugar a dudas una espiritualidad reformada adecuada a los desafíos de nuestro tiempo requiere de creyentes comprometidos con la transformación del mundo y sus realidades tan distantes de la justicia y plenitud que predicaba Jesús al hablar del Reino y que hace visible en sus gestos de solidaridad, compasión y misericordia hacia las personas más sufridas y marginadas en la sociedad.
Tenemos una responsabilidad de fe con la historia en la que estamos inmersos. Por esto el teólogo y filósofo brasileño Thiago Valentim sostiene que la:
"espiritualidad liberadora y las luchas sociales no son realidades distintas, sino complementarias en todos los sentidos. ”Creo en una espiritualidad liberadora, que fortalece las luchas sociales por una vida plena, por justicia. Una espiritualidad que no asume las luchas sociales no es liberadora”. (Thiago Valentim, Católico, brasileño) 
De igual forma la diversa comunidad ecuménica mundial, representada en el CMI afirma que la espiritualidad:
“Es energía para una vida en su plenitud y exige el compromiso de resistir a todas las fuerzas, los poderes y los sistemas que niegan, destruyen y menoscaban la vida” (CMI)
Nosotros como Reformados sentimos que estamos hablando el mismo idioma en nuestra confesión de ACRRA (ARM, 2004) y otros documentos que se expresan contra el pecado del sistema económico mundial y en solidaridad con los pobres de la tierra. En la Confesión de ACCRA se denuncia que:
"Vivimos en un mundo escandaloso que niega el llamamiento de Dios a la vida para todas las personas.
Creemos que la integridad de nuestra fe corre peligro si guardamos silencio o nos negamos a actuar frente al sistema actual de globalización económica neoliberal, por lo tanto, confesamos (we confess) ante Dios y ante los demás.
Creemos que Dios es un Dios de justicia. En un mundo de corrupción, explotación y avaricia, Dios es, de manera especial, el Dios de los desamparados, los pobres, los explotados, los que han sufrido injusticias y malos tratos. (Sal 146:7-9)
Creemos que Dios nos llama a escuchar el clamor de los pobres y el gemido de toda la creación y a ser seguidores en la misión pública de Jesucristo que vino para que todos tengan vida y la tengan en plenitud (Jn .10:10). Jesús trae justicia al oprimido y da pan al hambriento; libera al preso y devuelve la vista al ciego (Lc 4:18); Él apoya y protege a los humillados, al extranjero, al huérfano y a la viuda.
Por esto rechazamos todas las prácticas o enseñanzas de la iglesia que excluyan de su misión a los pobres y el cuidado de la creación.
Creemos que estamos llamados en el Espíritu a rendir cuentas de la esperanza que hay en nosotros mediante Jesucristo y a creer que la justicia prevalecerá y la paz reinará.” (Confesión de ACCRA, ARM)
A diez años de dicha Declaración, convocados por la CMIR en Colombia (2014), AIPRAL definió un borrador de lo que terminó siendo la Declaración de Barranquilla, que entre otras cosas expresa la necesidad de:
“Recuperar una espiritualidad ligada al Dios que protege la vida humana y de toda su creación, que nos permita resistir frente a la deshumanización e insensibilidad que produce la cultura consumista e individualista al servicio del dios del modelo económico actual.
Desarrollar procesos pedagógicos y educativos en nuestras iglesias nacionales y locales, en las instituciones de educación teológica y en espacios de catequesis, que pongan en el centro el Evangelio de la vida plena que forma seres humanos que resisten al dios de este mundo, mantienen la esperanza y construyen alternativas sociales en fidelidad al Dios de la vida.
Desde AIPRAL pedimos a Dios que su Espíritu movilice al liderazgo de todas nuestras iglesias para que animen a sus cuerpos eclesiásticos a incluir “La Confesión de Accra” en sus libros de confesiones o documentos fundantes.
Traducir la visión y los desafíos teológicos de la “Confesión de Accra” a un lenguaje que pueda ser colocado en foros públicos, en gobiernos, en espacios del FMI y el Banco Mundial, en los organismos intergubernamentales de la región, para hacer incidencia que sirva como alternativa al modelo económico vigente o a cualquier otro modelo o sistema autoritario que no afirme positivamente el buen vivir de toda la creación.
Participar y apoyar procesos comunitarios y sectores sociales que construyen alternativas económicas, culturales y políticas que pongan en el centro a la defensa de la dignidad humana, el valor del trabajo y el cuidado de la creación de Dios, de la cual somos parte.
Estrechar el diálogo y la comunión con nuestras iglesias hermanas del norte y del sur global para articular una estrategia conjunta que permita seguir resistiendo y buscando alternativas al modelo económico actual, que hace sentir sus consecuencias devastadoras de esta casa común que Dios nos ha dado para vivir en comunión y justicia.”  (AIPRAL)
CMI lo afirma camina por la misma senda y al hablar de la espiritualidad de la misión, es decir de la acción de Dios y de la iglesia en el mundo,  afirma que:
"La espiritualidad de la misión es siempre transformadora. La espiritualidad de la misión resiste y trata de transformar todos los valores y sistemas que destruyen la vida dondequiera que estén en acción en nuestras economías, nuestras políticas, e incluso en nuestras iglesias. Nuestra confianza en Dios y en el don de la vida concedido gratuitamente por Dios nos obliga a enfrentarnos con supuestos idolátricos, sistemas injustos y las políticas de dominación y explotación en el actual orden económico mundial. La economía y la justicia económica son siempre cuestiones de fe ya que afectan a la esencia misma del designo de Dios para la creación. La espiritualidad de la misión nos motiva a estar al servicio de la economía de vida de Dios y no de la riqueza (Mammon), a compartir la vida en la mesa de Dios en lugar de satisfacer la codicia personal, a procurar el cambio en pro de un mundo mejor poniendo en tela de juicio el interés egoísta de los poderosos que desean mantener el statu quo." (CMI)
Primera parte: En el espíritu de Jesús: Pistas y Desafíos para una ESPIRITUALIDAD REFORMADA Contemporánea, Contextual y Transformadora 

Segunda Parte: En el espíritu de Jesús: Pistas y Desafíos para una ESPIRITUALIDAD REFORMADA Contemporánea, Contextual y Transformadora




Sobre el autor:
Jorge Daniel Zijlstra Arduin es pastor y teólogo, estudió en ISEDET/ Argentina (Bachillerato Superior en Teología) y en la UBL/Costa Rica (Licenciado en Teología y Pastoral). Sirve en la Iglesia Presbiteriana USA en Puerto Rico y es Primer Vice Presidente de la Junta Directiva del Consejo Latinoamericano de Iglesias (CLAI).



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