Un pesebre vacío que nos obliga a mirar el Adviento desde las familias que huyen
En St. Susanna, una parroquia en las afueras de Boston, el pesebre está incompleto. No faltan las luces ni la paja ni los pastores de cerámica. Falta lo esencial. En el lugar donde deberían estar Jesús, María y José, cuelga un cartel escrito a mano: “ICE estuvo aquí”.
No hay figuras. No hay niño. No hay familia. Solo un vacío que descoloca.
Quien se acerca espera ternura navideña, pero encuentra una ausencia que hiere. La escena no grita: susurra. Y ese susurro incomoda más que cualquier denuncia explícita. Porque sugiere algo que preferimos no admitir: que si la Sagrada Familia llegara hoy a Estados Unidos con un bebé recién nacido y sin documentos, quizá no llegaría muy lejos.
Este es el nacimiento que muchos no quieren mirar.
Y es también el Adviento que nos toca reconocer.

La Navidad que olvidamos
Con el tiempo hemos convertido el pesebre en una postal amable. Todo luce ordenado, estable, casi estéril. Pero la historia que recogen los evangelios nunca fue amable ni estable.
Una adolescente embarazada sin garantías.
Un carpintero que la acompaña con más dudas que certezas.
Un imperio que vigila, registra y controla.
Un nacimiento improvisado en un establo.
Una huida forzada para escapar de un decreto de muerte.
La primera Navidad fue la historia de una familia desplazada.
Jesús empezó su vida como refugiado.
María cargó a su niño en medio del miedo.
José caminó sin saber si el próximo pueblo sería refugio o amenaza.
Adviento, entonces, no es un preludio brillante. Es un camino en sombras, habitado por quienes viven con lo mínimo y esperan lo imposible. El pesebre vacío de Massachusetts no es una provocación: es una memoria fiel.

Las mujeres de la genealogía de Jesús
Las mujeres de la genealogía de Jesús ofrece una lectura clara y profunda sobre Tamar, Rahab, Rut y Betsabé, mostrando cómo sus historias —marcadas por vulnerabilidad, extranjería y fe— desafían las convenciones de su tiempo. El libro ilumina el propósito teológico de Mateo al incluirlas en la línea mesiánica, revelando un Dios que actúa a través de vidas marginadas. Es una obra breve pero sólida, ideal para comprender la dimensión humana y sorprendente del linaje de Jesús.
Cuando Belén ocurre hoy
La escena sin figuras no pretende ser una metáfora sofisticada. Es un espejo.
La comunidad que armó este nacimiento lo hizo para recordar que, en Estados Unidos, miles de familias viven con miedo a una redada, una detención, una separación abrupta. Que hay padres que salen al trabajo sin saber si regresarán a la cena. Que hay niños y niñas que duermen con los zapatos puestos, “por si acaso”.
“ICE estuvo aquí” no es una frase abstracta.
Es la frase que demasiadas familias temen ver estampada en su puerta.
De alguna manera, este pesebre nos obliga a hacernos una pregunta que evitamos:
¿Dónde estaría Jesús hoy?
¿En una casa sin papeles?
¿En un albergue improvisado?
¿En un centro de detención?
¿En un hostal sobrepoblado en la frontera?
¿Y qué haríamos nosotros si lo viéramos allí?
La ausencia que revela
El golpe más fuerte de esta escena no es el mensaje político —que lo tiene— sino el teológico.
Porque el vacío nos recuerda que no siempre reconocemos a Dios cuando pasa cerca.
En la historia del Adviento, Dios llega de maneras que rompen expectativas: como un niño pobre, en un establo, al margen del poder. En el Adviento de hoy, tal vez vuelve a nacer en los cuerpos cansados de quienes cruzan desiertos, en las manos temblorosas de quienes buscan asilo, en la voz quebrada de quienes piden ser vistos.
Pero seguimos buscando a Dios en lugares brillantes, en imágenes sin grietas, en pesebres con todo “en su sitio”.
Quizá por eso esta iglesia decidió mostrar un nacimiento donde no hay nadie: para confesarnos que, hoy como ayer, Dios está del lado de quienes no encajan en ninguno de nuestros sitios.
Linaje real – Por Patricia Tamara Cofré
El Adviento de los que huyen
Adviento es tiempo de espera, pero no de pasividad. Es una espera que afina la mirada para reconocer los rastros de Dios en la historia real, no en la historia decorada.
La historia real nos dice que Jesús conoció el miedo, la intemperie, el exilio.
Y eso debería cambiar cómo miramos hoy a quienes huyen.
Si Dios eligió esa vida para entrar al mundo, entonces toda familia desplazada se convierte en un sacramento incómodo: una señal viva de que el Emmanuel —Dios con nosotros— sigue apareciendo entre quienes viven en alerta permanente.
Tal vez el pesebre del siglo XXI no está en las iglesias, sino en los techos donde los migrantes duermen a la intemperie; en los campamentos improvisados, en los albergues temporalmente saturados, en los hogares donde una familia abre la puerta y recibe a otra.
Si allí nace la esperanza, ¿por qué seguimos insistiendo en decorarla?
Volver al pesebre
La iglesia de Massachusetts no busca que odiemos la Navidad. Busca que la recuperemos.
Que volvamos a mirar el pesebre como lo que siempre fue: una historia migrante, no un adorno.
Un relato de vulnerabilidad, no un símbolo de perfección.
Un llamado a proteger la vida frágil, no a pasar de largo.
Quizá por eso la ausencia duele.
Porque nos obliga a preguntarnos por las Sagradas Familias que hemos dejado ir.
Y qué nos toca hacer para que no falten en la escena.
Adviento no es esperar a un Dios que viene desde lejos, sino a un Dios que ya está entre los que huyen.
Un Dios que vuelve a nacer en quienes buscan un lugar seguro.
Un Dios que nos mira desde el vacío del pesebre y nos pregunta, silencioso:
¿Dónde estoy hoy para ti?

