Soy calvinista por convicción personal y no porque haya crecido en una denominación con esa afiliación. La gran mayoría de creyentes que crecimos en iglesias latinas, con fuerte tendencia pentecostal y wesleyana, esa fue la enseñanza que mayormente se nos inculcó.
Siendo adolescente, recuerdo que una vez llegó un pastor a la iglesia que asistía y enseñó acerca de la predestinación, sin mucho detalle. Aquella tarde salí confundido y con una crisis interna que nadie me pudo clarificar. Comencé a cuestionar mi identidad cristiana; porque me sentía por momentos escogido y en otras ocasiones como el más perdido de todos.
Paradójicamente, años después empecé a darme cuenta del error en que me encontraba. De manera paulatina fui llegando a un entendimiento más claro de lo que en verdad consistía la gracia de Dios, y tuvo más sentido comprender que no dependía de mis esfuerzos, sino de Su gracia y misericordia.
Soy calvinista, aunque eso cause ruido en algunos que no lo son. He escuchado a líderes cristianos condenando y tratando de herejes a los que se identifican con esta corriente teológica. Esto solo evidencia la inmadurez que alberga sus pensamientos. No podemos olvidar que el vernos como un solo Cuerpo de Cristo no significa que tengamos que ser homogéneos doctrinalmente. Agustín dio en el blanco cuando, citando a Rupertus Meldenius, decía: “En lo esencial, unidad; en lo dudoso, libertad; en todo, caridad.
Calvino, como reformador, profundizó el camino que Lutero había marcado y rescató con mayor precisión el pensamiento paulino en un contexto donde abundaban vacíos teológicos y doctrinales, mayormente en cuanto a la gracias y la predestinación.
Las Escrituras enseñan que Dios sabe quiénes serán los escogidos (Efesios 1:4-5), pero Él no decide conforme a criterios o estándares humanos. Él es un juez justo y benevolente, mucho más que cualquier juez terrenal, y por eso podemos confiar en sus juicios (Salmo 89:14). Todos estamos excluidos de su gracia, pero en Su soberanía quiso escogernos (Romanos 9:15-16; Efesios 2:8-9).
De forma peyorativa, también se nos llama ‘los salvos siempre salvos’, insinuando en forma de burla que la seguridad de nuestra salvación implica que no importa cuánto pequemos, porque al fin de cuentas ya somos salvos.
Pensar así es malinterpreta la enseñanza de la gracia: la seguridad en Cristo no es una excusa para pecar, sino la confianza en que Su gracia obra en nosotros y nos transforma continuamente. Todo lo contrario, respondemos a su escogencia como muestra de nuestra gratitud.
Me encanta la imagen que presenta Jesús de un fariseo y un recaudador de impuestos, ambos orando; sin embargo, quien salió justificado fue el recaudador, porque reconoció su humildad y dependencia de Dios, mientras que el fariseo confiaba en sus propios méritos. Este camino nos inspira a vivir con humildad y gratitud, no con arrogancia (Lucas 18:9-14).
Hoy, al mirar hacia atrás, entiendo que aquella crisis de adolescente fue parte del proceso para llevarme a estas convicciones.
Por último, sé que estos temas nos dejan muchas interrogantes que, humanamente, no podremos resolver. Es comprensible, se trata de verdades eternas frente a nuestras mentes finitas.
No obstante, hay algo en lo que todos los que nos confesamos creyentes podemos coincidir: reconocer y tratar a cada persona con la dignidad, respeto, y como si fuese escogido por Dios. Aunque nuestras interpretaciones sobre la elección y la gracia puedan diferir, en esto podemos coincidir calvinistas o no calvinistas.