La pregunta “¿Dónde está tu hermana?” nace como una relectura de la interpelación divina a Caín: “¿Dónde está tu hermano?” (Gn 4:9). En ese momento, Dios injerta en la historia humana la responsabilidad ética: la violencia deja de ser un asunto privado entre una persona y Dios para convertirse en un drama que afecta a la comunidad entera. Esa misma pregunta —convertida hoy en un grito contra la violencia que padecen tantas mujeres— revela que el daño no es solo individual ni doméstico, sino social y estructural. Frente a ella, todas y todos estamos llamados a responder desde la fe, la teoría y la praxis, si no queremos dimitir de nuestra humanidad.

Caín, ¿dónde está tu hermana?
Caín, ¿dónde está tu hermana?: Dios y la violencia contra las mujeres relee la pregunta bíblica a Caín para iluminar la violencia que sufren tantas mujeres hoy, mostrando que no es un asunto privado sino un mal estructural que interpela a la fe y a la comunidad. A través de voces diversas, el libro une teología, crítica bíblica y denuncia ética para desmantelar silencios y complicidades. En este Día Contra la Violencia hacia la Mujer, su lectura es una invitación urgente a mirar de frente el dolor y asumir un compromiso activo por la dignidad y la justicia.
Cada 25 de noviembre, América Latina y el Caribe vuelven a mirar esta herida abierta. Según la CEPAL, solo en 2024 se registraron 3 828 feminicidios/femicidios en la región. Y en los últimos cinco años, al menos 19 254 mujeres fueron asesinadas por razón de género. Detrás de cada cifra, un clamor: “la sangre de tu hermana clama desde la tierra” (Gn 4:10).
La violencia de género como pecado estructural
La OPS estima que 1 de cada 4 mujeres en las Américas ha sufrido violencia física o sexual por parte de su pareja. Y 1 de cada 8 ha experimentado violencia sexual por alguien fuera de la pareja.
La teóloga brasileña Ivone Gebara en su libro El rostro oculto del mal explica que esta violencia no es un accidente, sino la expresión de un sistema cultural y religioso que ha legitimado la subordinación de las mujeres durante siglos. Para ella, el patriarcado es un pecado estructural porque distorsiona la imagen de Dios en la mujer y reduce su dignidad.
De ahí que la pregunta divina —“¿Dónde está tu hermana?”— no pueda ser respondida sólo con estadísticas. Reclama conversión personal, comunitaria y eclesial.
Patriarcado religioso y normalización del abuso
Emma González González muestra en Soportarás todos los males cómo en el cristianismo primitivo se construyeron imaginarios donde el sufrimiento femenino era visto como virtud y la obediencia como mandato divino. Esta lectura deformada sigue siendo usada hoy para justificar silencios, aguante o reconciliaciones apresuradas.
La llamada violencia espiritual ocurre cuando:
- se exige “sumisión cristiana” a las mujeres,
- se pide perdón sin reparación,
- se culpa a la víctima por “no orar lo suficiente”,
- se idolatra la familia sin proteger a quienes la integran,
- se convierte la Biblia en un instrumento de control.
José Luis Meza-Rueda, en su artículo sobre El levita y su concubina, afirma que este texto bíblico “expone la crudeza de un orden patriarcal que instrumentaliza el cuerpo femenino”, y que su función hoy no es justificar sino despertar conciencia. La Escritura nos pone frente al horror para exigirnos una respuesta.
Cuando la fe se vuelve fuerza de transformación
La religión puede oprimir, sí, pero también puede liberar. Elisabet le Roux y Sandra Pertek lo muestran en On the Significance of Religion in Violence Against Women and Girls, donde documentan casos en África, Medio Oriente y América Latina en los que la fe es un recurso decisivo de resiliencia y cambio.
Jesús habló con mujeres, rompió silencios, confrontó agresores simbólicos y reales, devolvió dignidad social y espiritual. La tradición cristiana posee recursos inmensos para sanar, nombrar, proteger y movilizar.
Sin embargo, para que esto ocurra, la Iglesia debe pasar del discurso a la acción.
La neutralidad, en contextos de violencia, siempre beneficia al agresor.
¿Qué debe hacer una comunidad cristiana?
a) Ser profética
Nombrar la violencia y acompañar procesos legales, sociales y comunitarios. Proteger siempre a la víctima.
b) Ser pastoral
Acompañar sin juzgar, sin espiritualizar el sufrimiento, sin presionar a “perdonar rápido”. Sanar lleva tiempo.
c) Ser formativa
Revisar cómo predicamos, cómo educamos a niños y jóvenes, cómo interpretamos los textos bíblicos. Seminarios, predicaciones, estudios bíblicos deben incluir perspectiva de género.
d) Ser estructural
Crear protocolos, capacitar líderes, incluir mujeres en la toma de decisiones, revisar liturgias y lenguaje.
e) Ser comunitaria
Vincularse con organizaciones de apoyo, redes de mujeres, líneas de atención y servicios públicos. El evangelio no se vive en soledad.
Hacia una espiritualidad que no tolere la violencia
Las mujeres violentadas no necesitan que la Iglesia les diga “aguanta”, “ten paciencia” o “Dios quiere restaurar tu hogar”. Necesitan lo mismo que Jesús ofreció en cada encuentro: refugio, protección, dignidad y verdad.
La teología feminista latinoamericana ha insistido en que Dios no es neutral. Dios escucha el clamor de las víctimas (Éx 3:7). Dios denuncia el abuso. Dios acompaña a quienes sufren.
Por eso, cada 25 de noviembre —y cada día— la pregunta vuelve a escucharse, con la fuerza de la primera vez: ¿Dónde está tu hermana?
Si la Iglesia no responde, su silencio también es violencia.
Responder es parte de nuestra fe.
Y es parte de nuestra conversión.

