Esta Navidad, regala lectura. Regala un libro hoy. Esta Navidad, regala lectura. Regala un libro hoy.

Cuando la vida depende de cuerpos expuestos

El Adviento suele ser leído como un tiempo de espera confiada, de promesa que se aproxima y de esperanza que se anuncia. Sin embargo, los relatos que narran el comienzo de la encarnación no se sitúan en escenarios de estabilidad ni de resguardo. La vida que irrumpe lo hace en condiciones de fragilidad extrema, atravesada por el riesgo, la incertidumbre y la dependencia radical de otros cuerpos. Leer el Adviento desde lo vulnerable no implica espiritualizar la fragilidad ni convertirla en virtud moral, sino reconocer que la irrupción de Dios en la historia acontece allí donde la vida no está garantizada y necesita ser sostenida.

Portada del libro

Las mujeres de la genealogía de Jesús

Las mujeres de la genealogía de Jesús ofrece una lectura clara y profunda sobre Tamar, Rahab, Rut y Betsabé, mostrando cómo sus historias —marcadas por vulnerabilidad, extranjería y fe— desafían las convenciones de su tiempo. El libro ilumina el propósito teológico de Mateo al incluirlas en la línea mesiánica, revelando un Dios que actúa a través de vidas marginadas. Es una obra breve pero sólida, ideal para comprender la dimensión humana y sorprendente del linaje de Jesús.

En el mundo mediterráneo del siglo I, el embarazo y el parto constituían experiencias de alto riesgo. La mortalidad materna y neonatal era frecuente, no existían sistemas de protección sanitaria ni marcos institucionales de cuidado, y los cuerpos de las mujeres quedaban expuestos a múltiples amenazas físicas, sociales y simbólicas. En ese contexto, la encarnación no puede comprenderse como un acontecimiento idealizado, sino como un proceso corporal que se despliega en condiciones concretas de vulnerabilidad. El Adviento no comienza con el anuncio, sino con un cuerpo de mujer que gesta en un mundo que no ofrece garantías.

Los relatos evangélicos conservan, sin embargo, silencios significativos. Lucas nombra ángeles, palabras y figuras que interpretan el acontecimiento, pero no registra las redes de cuidado que hacen posible que la vida llegue al mundo. Estos silencios no son neutros: revelan una memoria selectiva que privilegia ciertas mediaciones y relega otras. La ausencia de las parteras en los relatos del nacimiento no indica su inexistencia, sino la invisibilización de saberes corporales sin los cuales la encarnación no habría podido acontecer (Schüssler Fiorenza, 1983).

📖 OTROS ARTÍCULOS DE LA SERIE:
Adviento desde ellas – Por Brenda García

Históricamente, ningún parto ocurría en soledad. El nacimiento era un acontecimiento comunitario, acompañado por mujeres con conocimientos prácticos, rituales y medicinales transmitidos fuera de los circuitos oficiales del saber. Las parteras eran figuras centrales en estos procesos: sabían esperar, tocar, sostener, limpiar, recibir. Su autoridad no provenía del templo ni de la Ley escrita, sino de la experiencia acumulada en cuerpos que habían acompañado la vida una y otra vez. Sin esas manos, la vida no llegaba. Sin embargo, esos cuerpos no ingresan en la narración teológica dominante. El texto recuerda el anuncio, pero olvida el cuidado; celebra la palabra, pero silencia el trabajo corporal.

Esta omisión ya aparece en otros momentos fundantes de la memoria bíblica. El relato del Éxodo presenta a Sifrá y Puá como parteras que desobedecen el mandato del faraón y protegen la vida allí donde el poder imperial busca controlarla y eliminarla (Ex 1,15–21). Su resistencia no se expresa en discursos públicos ni en confrontaciones directas, sino en el ámbito corporal del nacimiento. En esa genealogía se inscriben también las parteras del Adviento: mujeres que sostienen la vida desde la exposición, confrontando estructuras de muerte mediante prácticas de cuidado que el relato oficial apenas registra.

Leer el Adviento desde lo vulnerable desplaza el centro de la reflexión teológica hacia los cuerpos de las mujeres. La encarnación no acontece en la invulnerabilidad de lo divino, sino en la exposición radical de cuerpos feminizados que asumen el riesgo de gestar, parir y cuidar. Esta vulnerabilidad no se distribuye de manera equitativa: recae de forma sistemática sobre ciertos cuerpos, especialmente aquellos situados en los márgenes sociales, económicos y culturales. La fragilidad, lejos de ser una condición abstracta, se inscribe en cuerpos concretos y en historias marcadas por la precariedad.

La experiencia de estos cuerpos no puede leerse como un límite para pensar a Dios, sino como un lugar donde la vida se revela en su densidad más concreta. Ivone Gebara ha insistido en que el cuerpo —particularmente el de las mujeres— constituye un espacio legítimo de experiencia y conocimiento teológico, precisamente porque allí se cruzan la vulnerabilidad, la resistencia y el deseo de vida (Gebara, 2002). En esa misma línea, los saberes corporales y las memorias encarnadas sostienen prácticas de vida que permanecen fuera de los discursos dominantes, pero sin las cuales la historia no continúa (Cusicanqui, 2010).

La fragilidad del nacimiento es también una cuestión política. No todos los cuerpos están igualmente expuestos al riesgo ni cuentan con los mismos recursos para proteger la vida. La continuidad de la existencia depende, una y otra vez, de cuerpos de mujeres que cuidan sin respaldo institucional, que acompañan sin reconocimiento y que sostienen la vida cuando las estructuras fallan. Nombrar esta realidad no romantiza la vulnerabilidad; la politiza, al visibilizar las condiciones que la producen y las manos que la enfrentan (Segato, 2016).

Esta lectura permite reconocer continuidades con el presente sin forzar analogías. Hoy, como entonces, la vida llega al mundo en contextos marcados por la precariedad, la violencia y el abandono institucional. Mujeres gestan, paren y cuidan en escenarios de migración forzada, pobreza estructural, guerras y exclusión social. Redes comunitarias, saberes populares y prácticas de cuidado siguen sosteniendo la vida allí donde las instituciones no alcanzan. Como las parteras del Adviento, estos cuerpos no suelen figurar en los relatos oficiales, pero sin ellos la historia no se sostiene.

Leer el Adviento desde lo vulnerable es un acto de discernimiento crítico y de esperanza activa. Significa negarse a aceptar como normal un mundo que expone de manera sistemática los cuerpos de las mujeres y convierte el cuidado de la vida en una tarea invisible. Significa afirmar que Dios no irrumpe desde la seguridad de los sistemas cerrados ni desde la autosuficiencia del poder, sino desde la fragilidad que resiste y desde los cuerpos que sostienen la vida cuando las estructuras fallan. El Adviento no anuncia una evasión del conflicto, sino la promesa de una transformación que comienza allí donde la vida es defendida contra la muerte cotidiana. En los cuerpos expuestos que cuidan, acompañan y hacen posible el futuro, se gesta una esperanza que no es ingenua ni abstracta: es una esperanza encarnada, profética, capaz de imaginar y anticipar un orden distinto, donde la vida no sea una carga ni un riesgo asumido en soledad, sino un bien común sostenido colectivamente.

Referencias

Bovon, F. (2002). El Evangelio según san Lucas. Vol. I. Salamanca: Sígueme.
Cusicanqui, S. R. (2010). Sociología de la imagen: miradas ch’ixi desde la historia andina. Buenos Aires: Tinta Limón.
Gebara, I. (2002). Teología ecofeminista: ensayo para repensar el conocimiento y la religión. Madrid: Trotta.
Schüssler Fiorenza, E. (1983). En memoria de ella: una reconstrucción feminista de los orígenes cristianos. Bilbao: Desclée de Brouwer.
Segato, R. L. (2016). La guerra contra las mujeres. Madrid: Traficantes de Sueños.

¿Tienes algo que decir?

Acerca de:

Suscríbete y mantente informado

Suscríbete y recibe nuevas reflexiones que ponen en diálogo la fe, el cristianismo y la misión.

Unete a nuestros canales

Te puede interesar