“Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento.” (Lucas 3:1-13)
¡Qué historia tan cercana a nuestra realidad! El relato de Juan Bautista en Lucas 3:1-13 nos invita a reconstruir la escena en nuestra mente: un profeta que aparece después de más de cuatrocientos años de silencio en Israel, en un tiempo de incertidumbre y expectativa. La nación esperaba un nuevo David, un libertador. Pero la palabra de Dios no vino a los sumos sacerdotes Anás y Caifás, ni descendió en el templo, sino en el desierto, sobre Juan, hijo de Zacarías.
Este detalle es sorprendente: Dios no se acomoda a las estructuras religiosas, sino que irrumpe en lo inesperado. Y el mensaje de Juan, lejos de ser cómodo, es profundamente incómodo. El arrepentimiento no se mide por palabras o sentimientos, sino por obras concretas de justicia y misericordia.

Mero Cristianismo
Mero Cristianismo es una de las obras más influyentes de C. S. Lewis, donde presenta la fe cristiana de forma clara, razonada y profundamente humana. A partir de sus famosas charlas radiales, Lewis expone los fundamentos de la moral, la fe y la vida cristiana sin caer en tecnicismos ni divisiones confesionales. Es un libro que invita a pensar y vivir la fe con coherencia, profundidad y sentido.
Los frutos del arrepentimiento
Cuando las multitudes preguntan: “¿Qué haremos?”, Juan responde con ejemplos sencillos pero radicales:
· Compartir la túnica con quien no tiene.
· Dar de comer al hambriento.
· No exigir más de lo ordenado.
· No extorsionar ni calumniar, y contentarse con el salario.
El arrepentimiento, según Juan, no consiste en evitar ciertas prácticas religiosas, sino en hacer el bien al prójimo. No basta con pertenecer al linaje de Abraham ni con proclamarse creyente; lo que cuenta es la justicia vivida.
Aquí se abre una tensión que incomoda: ¿es suficiente la fe, o son necesarias las obras?
Fe y obras: una tensión histórica
Martín Lutero, en el siglo XVI, encontró en Romanos 1:17 (“el justo por la fe vivirá”) la fuerza para proclamar que la salvación es por gracia mediante la fe. Este descubrimiento fue dinamita espiritual y dio origen a la Reforma Protestante. Sin embargo, Lutero se incomodó profundamente con Santiago 2:24: “el hombre es justificado por las obras, y no solamente por la fe”.
Para Lutero, este texto parecía contradecir el corazón del evangelio. Lo llamó “carta de paja”. Pero la tensión no es contradicción:
· Pablo recuerda que la salvación es don gratuito de Dios (Ef 2:8-9).
· Santiago exhorta a que esa fe se haga visible en obras concretas (Stg 2:24).
La fe que salva no es pasiva. Una fe sin obras es una fe muerta. Como señala Justo González: “la fe que no se traduce en acción es una fe que no ha entendido la dádiva de Dios” (González 1985).
El ejemplo de Jesús
Jesús mismo encarnó esta verdad. Sanó al hombre de la mano seca en sábado (Mt 12:9-14), devolvió la dignidad a la mujer encorvada (Lc 13:10-17) y llamó a Mateo, un publicano despreciado, para ser su discípulo (Mt 9:9-13).
En cada caso, Jesús rompió con una religiosidad rígida que priorizaba normas sobre personas. La verdadera fe se mostró en misericordia, en restaurar vidas, en devolver sonrisas y dignidad. La religión sin compasión es nula. El evangelio es encuentro con Dios en el rostro del otro.
Escuchar, amar, sentir
La vida cristiana se puede resumir en tres verbos que atraviesan todo el Nuevo Testamento:
· Escuchar: Jesús escuchó al ciego Bartimeo cuando todos lo mandaban callar. Escuchar es un acto de misericordia, porque reconoce la voz del que suele ser silenciado.
· Amar: El amor no es solo emoción, sino entrega radical. Pablo lo resume: “Ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor; pero el mayor de ellos es el amor” (1 Co 13:13).
· Sentir: La compasión es la capacidad de dejarse afectar por el sufrimiento del otro. En un mundo ruidoso y acelerado, necesitamos recuperar la sensibilidad espiritual que nos mueve a misericordia.
El juicio de las naciones
Jesús mismo lo dejó claro en Mateo 25:35-40: el criterio del juicio final no será la cantidad de oraciones o ritos cumplidos, sino las obras de misericordia. Dar de comer, vestir al desnudo, visitar al enfermo y al encarcelado. Allí, en el rostro del hambriento y del marginado, se revela el mismo Cristo.
La fe verdadera se descubre en el rostro del otro. No hay gloria de Dios sin prójimo. No hay Espíritu Santo sin misericordia.
El mensaje de Juan Bautista y de Jesús nos incomoda porque nos saca de la comodidad religiosa. Nos recuerda que la fe no es solo creer, sino vivir. Que el arrepentimiento no es solo evitar el mal, sino hacer el bien. Que Dios se revela en el rostro del otro.
La pregunta sigue vigente: “¿Qué haremos?” La respuesta es clara: escuchar, amar, sentir y practicar la misericordia. Porque en el rostro del otro descubrimos el rostro de Dios.
Referencias
· Biblia. La Biblia Reina-Valera 1960. Sociedades Bíblicas Unidas.
· González, Justo L. Historia del Cristianismo. Vol. 2. Nashville: Abingdon Press, 1985.
· Lutero, Martín. Prefacio a la Epístola a los Romanos. En Obras de Martín Lutero.
· Wright, N. T. Paul and the Faithfulness of God. Minneapolis: Fortress Press, 2013.

