La iglesia es, o debería ser, un espacio de cuidado, comunidad y sanidad. Sin embargo, no siempre lo es. A veces, bajo la apariencia de un liderazgo ungido y carismático, se esconden dinámicas profundamente dañinas que dejan tras de sí un rastro de miedo, manipulación y heridas invisibles. Es sobre esta realidad incómoda —y demasiado frecuente— que escribe el pastor, terapeuta y profesor Chuck DeGroat en su libro Cuando el abuso espiritual entra en la iglesia: Sanando comunidades heridas por la manipulación emocional y el narcisismo (Editorial CLIE).
Esta obra es un espejo incómodo que nos obliga a mirar de frente el narcisismo que a menudo se disfraza de vocación espiritual. Pero también es una guía pastoral y terapéutica que apunta hacia la esperanza, la restauración y la posibilidad de redimir las estructuras eclesiales dañadas.
Una mirada valiente al poder y al ego dentro de la iglesia
DeGroat escribe desde dos lugares que raramente se cruzan: la psicología clínica y la teología pastoral. Con más de veinte años acompañando a pastores, líderes y comunidades heridas, el autor se atreve a nombrar lo que muchos prefieren callar: la presencia del narcisismo en el liderazgo cristiano y las formas sutiles en que puede normalizarse dentro de los sistemas eclesiales.
Desde las primeras páginas, el autor lanza una afirmación que resulta tan provocadora como cierta:
“Las iglesias locales han ofrecido terreno fértil para que personas propensas al narcisismo lideren de formas espiritualmente abusivas.”
Esta frase marca el tono de todo el libro. DeGroat no escribe desde la condena, sino desde una compasión lúcida. Su diagnóstico no es superficial: el problema no son solo los líderes carismáticos o autoritarios, sino los sistemas que los sostienen, los celebran y los imitan. En sus palabras, “los sistemas narcisistas existen para sí mismos”, aunque crean servir a Cristo.
Del espejo al diagnóstico: comprender el narcisismo espiritual
Uno de los grandes aportes del libro es su enfoque equilibrado: no demoniza el liderazgo ni reduce el narcisismo a una categoría clínica cerrada. DeGroat distingue entre un narcisismo saludable —una autoestima firme, enraizada en el amor de Dios— y un narcisismo tóxico, que busca afirmación constante, evita la vulnerabilidad y utiliza la espiritualidad como instrumento de control.
Para explicar esta dinámica, el autor se apoya en el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-V), pero también en la tradición espiritual cristiana. Cita a Henri Nouwen, Thomas Merton y Thomas Keating, mostrando que la lucha entre poder y amor, entre control y entrega, es tan antigua como el cristianismo mismo. Como advierte Nouwen:
“La larga historia de la iglesia es la historia de personas tentadas una y otra vez a elegir el poder sobre el amor, el control sobre la cruz, el liderazgo sobre el seguimiento.”
A partir de allí, DeGroat desarrolla un concepto clave: la vergüenza como combustible del narcisismo.
El narcisista, lejos de sentirse superior, suele estar profundamente avergonzado de su fragilidad. Su búsqueda de control y admiración es, en realidad, un intento desesperado por huir del dolor de saberse insuficiente. Esa herida —no tratada ni reconocida— se convierte en el centro de su identidad.

Cuando el abuso espiritual entra en la iglesia
Cuando el abuso espiritual entra en la iglesia, de Chuck DeGroat, es una obra lúcida y valiente que desnuda las dinámicas de poder, manipulación y narcisismo que pueden infiltrarse en comunidades de fe. Con sensibilidad pastoral y rigor psicológico, el autor revela cómo el abuso espiritual hiere no solo a individuos, sino a todo el cuerpo eclesial. Más que una denuncia, el libro es una invitación a la sanidad y a recuperar la esencia del liderazgo cristiano: el servicio humilde, la verdad y la vulnerabilidad.
Los rostros del narcisismo y las formas del abuso espiritual
Uno de los capítulos más notables del libro (y también el más extenso) es aquel en el que DeGroat describe “los nueve rostros del narcisismo”, utilizando como marco el Eneagrama. Con esta herramienta, muestra que el narcisismo no se expresa solo en el líder dominante o autoritario; también puede manifestarse en el perfeccionista moralista, el visionario incansable, el ayudador que no puede dejar de “salvar” a otros o el intelectual que desprecia a quienes no alcanzan su nivel de comprensión.
El mensaje es claro: todos somos vulnerables al narcisismo, incluso —y quizás especialmente— quienes buscan parecer más santos.
DeGroat ilustra cada tipo con ejemplos reales tomados de su experiencia pastoral, y logra que el lector se identifique. No hay un “ellos” y un “nosotros”; hay un nosotros colectivo atrapado en dinámicas de poder, miedo y autoengaño.
El libro avanza luego hacia una descripción detallada de los rasgos del pastor narcisista, a partir de una lista que se ha vuelto tristemente reconocible:
- Todo gira en torno a él (o a su visión).
- Es impaciente, incapaz de escuchar.
- Delegar es difícil, porque nadie lo hace “tan bien como él”.
- Se siente amenazado por personas talentosas.
- Necesita ser el más brillante en la sala.
- Utiliza una falsa vulnerabilidad (“fauxnerabilidad”) para manipular emocionalmente.
Estas características no se presentan como una caricatura, sino como síntomas de un liderazgo enfermo, que ha confundido la misión de Dios con su propia plataforma.
Sistemas enfermos y comunidades heridas
Uno de los aciertos de DeGroat es que no se queda en el nivel individual. Dedica varios capítulos a analizar cómo las estructuras eclesiales pueden volverse narcisistas, creando un ambiente donde la lealtad ciega se confunde con espiritualidad, y el cuestionamiento se considera traición.
El autor cita ejemplos de iglesias donde la cultura del éxito y la productividad espiritual ha reemplazado la búsqueda de integridad y vulnerabilidad. Allí, el abuso no siempre se ejerce con gritos o humillaciones, sino con gaslighting espiritual: cuando el líder hace dudar a las personas de su percepción, les dice que su dolor es falta de fe, o que “no entienden la visión de Dios”.
El resultado es devastador: comunidades desorientadas, víctimas silenciadas y una fe que termina asociándose con el trauma.
Hacia la sanidad: del poder a la vulnerabilidad
En la parte final, el libro ofrece caminos de sanación. DeGroat no promete soluciones rápidas ni listas de pasos. Prefiere hablar de procesos, acompañamiento, verdad y humildad. Afirma que la recuperación solo es posible cuando la verdad se dice en amor, cuando hay acompañamiento profesional y cuando la comunidad deja de idolatrar el éxito ministerial.
Una frase resume su espíritu pastoral:
“La gracia nunca blanquea el abuso. La gracia expone al abusador, no para avergonzarlo, sino por amor a la verdad y la sanidad de todos.”
La sanación, entonces, no consiste solo en remover al líder abusivo, sino en transformar el sistema que lo permitió. Implica cultivar estructuras de rendición de cuentas, espiritualidades del silencio y la vulnerabilidad, y una cultura eclesial donde no sea necesario fingir perfección.
Por qué recomiendo este libro
Recomiendo Cuando el abuso espiritual entra en la iglesia porque es un texto que une el coraje profético con la ternura pastoral. No se limita a denunciar; enseña a discernir, sanar y acompañar. Es, al mismo tiempo, una advertencia y una esperanza.
Para pastores y líderes, es una oportunidad de examinar el corazón con honestidad, de reconocer los mecanismos de defensa y las dinámicas que pueden convertir el ministerio en un escenario del ego.
Para las víctimas del abuso espiritual, es un refugio: les da lenguaje para nombrar lo que han vivido, y les recuerda que el abuso no tiene la última palabra.
Y para las comunidades de fe, es un llamado urgente a reformar la cultura del liderazgo eclesial, a volver a un modelo de servicio centrado en Cristo, no en la imagen del líder.
Chuck DeGroat no escribe desde la distancia académica, sino desde la experiencia de quien ha visto las heridas, las lágrimas y también las restauraciones. Su libro es, en última instancia, una invitación a regresar al centro del evangelio: la cruz, donde todo poder se convierte en servicio, y toda herida puede transformarse en gracia.

