Cuando la fe debe imponerse a lo mediático

En un mundo donde la opinión pública se moldea más por las emociones que por los hechos, las palabras de Gustave Le Bon en Psicología de las masas resuenan con fuerza a pesar de los siglos que nos separan:

Las masas no tienen jamás sed de verdades. Ante las evidencias que las desagradan, se apartan … Quien sabe ilusionarlas se convierte fácilmente en su amo; el que intenta desilusionarlas es siempre su víctima (Le Bon, 1895/2018, p. 98).

Una radiografía actual para nuestro presente siglo, al igual que las palabras del apóstol Pablo, quien describió a quienes prefieren ser cautivos de mitos antes que de la verdad:

Porque llegará el tiempo en que no van a tolerar la sana doctrina, sino que, llevados de sus propios deseos, se rodearán de maestros que les digan las fantasías que quieren oír. Dejarán de escuchar la verdad y se volverán a los mitos. (2 Timoteo 4:3-4 NVI).

Aunque este pasaje se refiere a la distorsión del evangelio en los primeros tiempos del cristianismo, hoy vemos un paralelismo en cómo las narrativas mediáticas, amplificadas por redes sociales, priorizan lo que conforta sobre lo que confronta. 

La realidad mediática y los conflictos actuales

En 2025, los algoritmos de plataformas de las redes sociales refuerzan burbujas informativas, mostrando contenido que alimenta mayormente las emociones en lugar de fomentar la reflexión crítica. Pero, nuestro compromiso no es complacer, sino hablar la verdad en amor, aun si nos vuelve impopulares, como lo expresó Pablo: “¿Me he hecho, pues, vuestro enemigo por deciros la verdad?” (Gálatas 4:16).

Hoy, los conflictos bélicos globales, como los que se viven en Gaza e Israel, dominan titulares y redes sociales, provocando un efecto en cadena polarizante.  

Si bien las protestas a favor de un bando u otro reflejan el derecho a la libertad de expresión, desde una perspectiva cristiana, tomar partido por una nación o poder a costa de vidas humanas es un error. La cruz de Cristo no se alza sobre banderas nacionales; se alza sobre el dolor humano universal. 

Un ejemplo reciente y lamentable: Charles Kirk, activista estadounidense conservador, quien fue asesinado en una plaza pública. Mientras algunos rememoran su vida, otros reaccionaban con júbilo como si fuera motivo de celebración. 

¿Tan bajo hemos caído que no distinguimos entre disentir de una opinión y acabar con la vida de un ser humano?

Un llamado al discernimiento

La verdadera advocacy no busca simplemente promover una posición política; su misión es luchar por la justicia, la dignidad y la verdad. Debemos condenar enérgicamente cualquier acto de brutalidad que pisotee la vida humana, como en Gaza, pero al mismo tiempo reconocer el sufrimiento del pueblo de Israel, una nación legalmente establecida, evitando, por supuesto, idealizaciones como “la nación de Dios” o “el reloj de Dios”, conceptos que carecen de respaldo bíblico. 

En el otro extremo, el odio hacia el pueblo judío, alimentado por relatos virales y tendencias mediáticas, genera una masa de seguidores irreflexivos que, se dejan arrastrar por la corriente emocional del momento. Este fenómeno, fomenta una mentalidad de rebaño movido por reacciones viscerales. Combatir esto exige promover la educación, la empatía y un diálogo basado en hechos, que permita desmantelar prejuicios y construir un advocacy ético y consciente.

Estar a favor de la justicia no implica deshumanizar ni desprestigiar a quienes tienen derecho a la vida, sino respetar la dignidad de todos, aunque no compartamos sus ideas o acciones.

El evangelio no es territorial y el amor de Cristo nos llama a ver a cada persona como un prójimo, portador de la imagen de Dios.

Jesús marca la pauta cuando va a la raíz del problema al desenmascarar a aquellos que están en el poder y son los verdaderes artífices de esta manipulación: 

Como ustedes saben, los que se consideran jefes de las naciones oprimen a los súbditos, y los altos oficiales abusan de su autoridad” (Marcos 10:42 NVI).

Y añadió, con una ruptura radical: “Pero no será así entre vosotros”. 

Con esto, Jesús rechaza las estructuras de poder excluyentes y propone el servicio como el camino del Reino. Él reconoció que este mundo convulsionado responde a estructuras que son las que gobiernan y “mueven los hilos”. Razón tenía Jean-Paul Sartre en Le Diable et le Bon Dieu (1951), cuando decía: “Cuando los ricos hacen la guerra, son los pobres los que mueren.” 

Como creyentes, estamos llamados a discernir entre propaganda y profecía. Pero ¿cómo hacerlo en un mundo saturado de información sesgada? 

La Iglesia debe abrazar su misión de promover la justicia, dejando atrás el egocentrismo que ha desenfocado a muchas comunidades de fe. Basta de priorizar la comodidad personal, la prosperidad individual o las cuentas bancarias como garantía de ser cristianos, cuando el mensaje de Jesús que nos urge vivir es el del servicio y la equidad, reflejando el Reino de Dios en un mundo dividido.

Seguir a Cristo implica interceder, no polarizar; defender la vida, no justificar la violencia. Si solo lloramos por unos y cerramos los ojos ante el sufrimiento de otros, no estamos siendo buenos mayordomos del mensaje de las Buenas Nuevas. Por eso, más que nunca, necesitamos una fe lúcida que no se deje seducir por la ilusión mediática.

El espíritu de esta época sigue siendo el mismo: la emoción a menudo se impone a la verdad. Pero como creyentes, estamos llamados a ser luz en medio del bullicio, a amar sin fronteras y a servir sin condiciones. Que nuestra fe nos guíe a discernir, a actuar y a reflejar el Reino de Dios en un mundo que tanto lo necesita.

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