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lunes, 26 de mayo de 2025

Nicea y la pregunta eterna: ¿Quién es Jesús? | Por Bernabé

Una confesión que atraviesa los siglos

En el año 325, obispos de distintos rincones del Imperio romano se reunieron en Nicea no para filosofar, sino para responder a una pregunta crucial que atravesaba comunidades enteras: ¿quién es Jesús?. No bastaba ya con repetir fórmulas tradicionales ni apelar a la experiencia de fe. La Iglesia se enfrentaba al desafío de articular de manera clara y fiel aquello que siempre había creído: que en Jesús, Dios mismo había venido a nuestro encuentro.

Esta pregunta no fue simplemente teórica. Tocaba el corazón del evangelio, afectaba la adoración, la vida comunitaria y la misión. El Concilio de Nicea respondió con una frase que marcaría la historia: Jesús es “de la misma sustancia del Padre” (homoousios tō Patri).

El conflicto arriano

El detonante inmediato del Concilio fue la enseñanza de Arrio, presbítero de Alejandría, quien afirmaba que el Hijo de Dios había sido creado por el Padre y, por tanto, no era eterno ni plenamente divino. Aunque Arrio usaba un lenguaje bíblico y se presentaba como fiel a las Escrituras, su postura amenazaba con fracturar la fe de la Iglesia.

Arrio sostenía que “hubo un tiempo en que el Hijo no existía”. El problema, como bien señala J.N.D. Kelly en su estudio clásico sobre las doctrinas cristianas primitivas, es que esta visión rompía con la confesión trinitaria emergente en los evangelios y epístolas, donde el Hijo comparte plenamente la gloria, el ser y la obra del Padre (cf. Juan 1:1; Col 1:15-20; Heb 1:3). Esta misma tensión es explicada claramente en el artículo de Bruce L. Shelley, "325 The First Council of Nicaea", que destaca cómo el debate no solo dividía obispos, sino comunidades enteras.

Homoousios: más que una palabra

La palabra griega homoousios, que significa “de la misma sustancia”, no aparece en el Nuevo Testamento. Sin embargo, los obispos reunidos en Nicea consideraron necesario introducirla para proteger el misterio de la fe frente a las reducciones racionalistas. Jesús no es un ser intermedio ni un “dios menor”. Es Dios verdadero de Dios verdadero.

Como explica Wolfhart Pannenberg en su Teología Sistemática, esta confesión no se impuso por motivos políticos, sino por la necesidad interna de la fe cristiana de preservar la afirmación radical del evangelio: que en Jesús se nos ha revelado plenamente Dios mismo. Este argumento también lo retoma con claridad  Wes Huff en su artículo "What Happened at the Council of Nicaea?", donde se muestra que la decisión doctrinal fue una respuesta pastoral frente a la confusión creciente.

Un debate que sigue vivo

Lejos de ser una discusión enterrada en el siglo IV, la pregunta por la identidad de Jesús sigue siendo hoy central. En un mundo saturado de espiritualidades alternativas, cristologías débiles y apropiaciones ideológicas del Cristo, volver a Nicea es un acto de fidelidad y de discernimiento.

Pero cuidado: Nicea no es una jaula dogmática. Es una brújula que apunta al misterio. Así lo sugiere el teólogo escocés T.F. Torrance cuando afirma que el propósito de la confesión nicena no es explicar a Dios, sino proteger el testimonio apostólico sobre el Dios que se nos ha dado en carne y hueso. La ortodoxia no busca agotar el misterio, sino custodiarlo.

Jesús hoy: rostro visible del Dios invisible

Confesar que Jesús es “de la misma sustancia del Padre” no es repetir una fórmula antigua, sino proclamar que el Dios eterno se ha hecho cercanía, justicia y misericordia en medio nuestro. El Credo niceno no es un documento de museo, sino una invitación a adorar, seguir y anunciar al Cristo viviente.

Como dijera Karl Barth, en quien confluye profundidad teológica y pasión pastoral: “En Jesucristo, Dios mismo ha dicho todo lo que tenía que decir. No hay nada detrás de Jesús: ni otro Dios, ni otra verdad”. Volver a esa certeza es quizás una de las tareas más urgentes para una Iglesia que desea ser fiel en tiempos complejos.

Referencias:

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