Dando señales del Reino de Dios | Por Alexander Cabezas - El Blog de Bernabé

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lunes, 14 de octubre de 2024

Dando señales del Reino de Dios | Por Alexander Cabezas

El reino de Dios es un tema que se entreteje desde las páginas del Antiguo Testamento: “porque de Jehová es el reino y él regirá las naciones” (Salmo 22:28). Lo vemos en las primeras reseñas de Jesús en su ministerio: “Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado” (Mateo 4:17). Y en sus últimas apariciones a sus discípulos “A ellos también, después de haber padecido, se presentó vivo con muchas pruebas indubitables, apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles acerca del reino de Dios” (Hechos 1:3).

Jesús, atendiendo la solicitud de sus discípulos, les enseña a orar (Lucas 11:1), e inicia con estas palabras:

“Padre nuestro que estás en los cielos, Santificado sea tu nombre…” Hace una pausa, lo cual provoca que la audiencia cansada y distraída, lo vuelva a observar. Se produce un silencio en señal de atención total. Él sabe que las siguientes dos palabras son poderosas; encierran su misión, la pasión, la voluntad del Padre, que es la razón por la cual descendió desde los cielos. Al siguiente momento sus ojos y su rostro se iluminan, de su boca florece una preciosa, fresca y radiante sonrisa, como caudal de agua cristalina. Continúa y exclama de lo más profundo de su alma: ¡Venga tu reino!

Lo dicho anteriormente es producto de mi imaginación, por supuesto, pero se me hace difícil imaginar a Jesús, poco apasionado hablando del tema medular de su vida y ministerio, como hemos visto. El reino fue la primera enseñanza de oración que él impartió a sus discípulos. Era tan importante que solamente se menciona dos veces la palabra iglesia en el Nuevo Testamento, mientras que la palabra reino, aparece setenta veces en el Nuevo Testamento. Si el reino es el deseo y la urgencia de Jesús, ¿acaso no debería ser también para nosotros? “Antes que un discípulo de Cristo tenga cualquier derecho a orar el pan nuestro de cada día dánoslo hoy, perdónanos nuestras deudas, o no nos metas en tentación, debe orar: Venga tu reino” (Maston: 1987: 109).

En un mundo convulsionado por tantas maldades que afectan a los niños, las niñas y los adolescentes, es fácil desanimarse. En tales circunstancias algunos se preguntan: ¿Dónde está el reino de Dios? ¿Por qué hay tantos niños que sufren? ¿Por qué vemos tanta maldad?

Algunos terminan culpando a Dios, pero él no es responsable directo de muchos acontecimientos provocados como consecuencia de nuestros pecados, o de otros que, inclusive, pueden afectar nuestra vida en determinados momentos. Además, “no todo lo que sucede es la voluntad de Dios. El mal, el pecado y la enfermedad son manifestaciones de lo que Dios no quiere” (Bloesch 2004:62). Lo cierto es que Dios se ha hecho presente en nuestra esfera humana por medio de Jesús quien ha traído su señorío. Su vida, muerte y resurrección, nos habla de esa plenitud de vida que él nos vino a dar.

Por tanto, cada vez que, como iglesia, ministerio o individuos, decidamos hacer valer los derechos de la niñez, damos evidencia del reino que ha llegado para manifestarse en los hombres y mujeres.

Lamentablemente, no a todos alcanzaremos. En estos momentos, mientras algunos gozan de un hogar y del amor de sus padres, otros no saben lo que es un abrazo de amor, o que alguien le diga que los ama. Mientras algunos recobran la esperanza gracias a la acción de un ministerio, otros andan en desesperanza y muriendo.

Nuestro deber es seguir trabajando por amor a ellos y ellas, aunque solamente logremos alcanzar a un niño o una niña, o a un grupo pequeño. Si se abre un proyecto y éste brinda un plato de comida; si se rescata a un niño o una niña de las calles u otras condiciones precarias, lo cual genera vida en vez de muerte, ¡el reino de Dios sigue en acción!

Durante el tiempo en que Jesús estuvo en la tierra, él no sanó a todos los enfermos, no hizo todos los milagros que pudo haber realizado; su ministerio se concentró en una pequeña comunidad a pocos kilómetros cuadrados, y no alcanzó a todas las naciones existentes de la época. Vivió escasos 33 años, aun así, dijo: “He acabado la obra que me diste que hiciese” (Juan 17:4). ¡Esto se llama vivir bajo la demanda del reino y hacer la voluntad perfecta de Dios!

Como creyentes, nuestra obligación es ser fieles a sus mandatos, sea la labor grande o pequeña. Ante los ojos del Señor, ninguna labor es insignificante si de vidas humanas o servicio se trata. Llegará un día cuando el reino se establezca en su totalidad y ya no habrá más llanto de niños o niñas que sufren en silencio, que mueren de dolor o hambre a causa del abandono, la enfermedad o el abuso de otros.

“Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron” (Apocalipsis 21:4).

Tomado de: Cabezas, Mora, Alexander (2008). Oración con los ojos a abiertos. Un llamado a la iglesia a orar por la niñez. Kerusso, Venezuela.

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Sobre el autor:

Alexander Cabezas Mora es costarricense, master en Liderazgo Cristiano y en Teología. Se ha desempeñado como conferencista, pastor adjunto, profesor de varios seminarios teológicos y consultor en materia de niñez y adolescencia para varias organizaciones internacionales. A participado como escritor y coescritor en varios libros entre ellos, Huellas, Spiro, Entre los Límites y los Derechos, Disciplina de la Niñez, En sus manos y nuestras manos, la co-participación de la niñez y la adolescencia en la misión de Dios y Oración con los ojos abiertos.

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