Tuvo la oportunidad de quedarse en los Estados Unidos en medio de los albores que pronosticaban una Guerra Mundial. No obstante, prefirió regresar a su amada tierra a cuidar del rebaño que Dios le había entregado. Estuvo a cargo de un seminario que fue clausurado por la Gestapo. Se le prohibió hablar y enseñar, pero obediente a su llamado continuó sus labores de manera clandestina.
Acusado por complicidad para matar a Hitler, Bonhoeffer fue arrestado y pasó sus dos últimos años de vida en una cárcel en Berlín esperando su sentencia final. Allí se dedicó a producir varios de sus libros que hasta hoy conocemos.
Entre ellos sobresale: El costo del discipulado, una joya literaria cristiana. La tesis de esta obra es una exposición a la luz del Sermón del Monte en Mateo, capítulo 5. Su argumento, evidenciar lo que significa profesar una fe abstracta, legalista y desencarnada del verdadero compromiso y la transformación que exige Jesús como el corazón del Reino de Dios para sus seguidores.
Una fe que no toca el alma ni la consciencia, un cristianismo sin Cristo y sin cruz, es una fe estéril, inútil y hueca porque al final no es sostenible. A esto Bonhoeffer lo llamó: “la gracia barata”.
“La gracia barata es la predicación del perdón sin requerir arrepentimiento, el bautismo sin la disciplina de la iglesia, la Comunión sin la confesión, la absolución sin la confesión personal. La gracia barata es la gracia sin discipulado, la gracia sin la cruz, la gracia sin Jesucristo, vivo y encarnado” (pág.16).
A más de medio siglo que este pastor escribiera estas palabras, y en un contexto de tribulación por defender su posición, es triste reconocer que en la actualidad algunos sectores caminan por este mismo sendero que pretende abaratar la fe.
La fe se vuelve barata cuando se ofrece como producto de consumo para satisfacer a las masas que buscan un mensaje acomodado a la realidad de sus deseos personales. Cuando se ofrece como espectáculo para un público que desea que se le endulcen los oídos y se le prometa estabilidad para su “status quo” y cuando se promueve la identidad de ser hijo o hija de Dios como una garantía para reclamar las promesas materiales a cambio de una módica suma o transacción monetaria que algunos llaman: “La ley de la siembra y la cosecha”, o el “pacto con Dios.”
Hace poco tiempo observaba a un tele-evangelista latinoamericano que enseñaba, (si es que se puede llamar enseñanza), que debíamos reclamarle a Dios por cualquier necesidad material existente y pedirle por el “carro de nuestros sueños como un derecho adquirido por ser sus hijos”.
En sus 30 minutos de exposición, en ningún momento hizo mención a otros elementos presentes en el mensaje apostólico, tal como la justicia, la responsabilidad, la obediencia, el arrepentimiento y el seguimiento como parte integral del discipulado que Jesús vivió, encarnó y demandó.
Estos promotores de estas corrientes corren el peligro de promover falsas enseñanzas y por ende, reducir el mensaje a “migas espirituales”. Razón tenía Bonhoeffer al afirmar que la “gracia barata es el enemigo mortal de la iglesia”.
La pasada conferencia mundial Lausana III, celebrada en la Cuidad del Cabo en Sudáfrica (1), se pronunció en contra de la mala interpretación bíblica y hasta la manipulación que se ha hecho para alimentar el materialismo. Uno de los expositores mencionó en su discurso titulado: “Dios promete bendecir a su pueblo”, que el evangelio de la prosperidad, distorsiona la bendición en el sentido que sólo lo ubica como bendición material.
Otros comentarios en Lausana III fueron: “No podemos utilizar la opción de comprar la gracia de Dios y esto es lo que hace el evangelio de la prosperidad…” “Dar es parte de nuestra adoración, pero el evangelio de la prosperidad hace que el dar sea una actividad transaccional”, comentó otro expositor africano y puntualizó: “A los creyentes se les enseña que cuando hacen una ofrenda a Dios pueden esperar una rentabilidad determinada. Pero Dios bendice de acuerdo con su sabiduría y no necesariamente con la riqueza material.”
Como personas que buscamos seguir a Jesús y sus enseñanzas, no podemos permanecer callados ante estas falsas enseñanzas que continúan permeando a la iglesia y encarecen la fe. Pero lo más preocupante es que continúan arrastrando a miles de seguidores a beber de estas aguas turbias e ilusorias. Y aún más preocupante, es que están dejando un legado a las próximas generaciones, de un discipulado que en nada refleja el corazón del Reino de Dios.
Bonhoeffer no calló porque reconoció que su deber como discípulo del Señor era pronunciarse. ¿Acaso Dios espera algo menos de cada uno de nosotros hoy en día?
Notas:
1. Esta conferencia se celebró en el año 2010
Sobre el autor:
Alexander Cabezas Mora es costarricense, master en Liderazgo Cristiano y en Teología. Se ha desempeñado como conferencista, pastor adjunto, profesor de varios seminarios teológicos y consultor en materia de niñez y adolescencia para varias organizaciones internacionales. A participado como escritor y coescritor en varios libros entre ellos, Huellas, Spiro, Entre los Límites y los Derechos, Disciplina de la Niñez, En sus manos y nuestras manos, la co-participación de la niñez y la adolescencia en la misión de Dios y Oración con los ojos abiertos.
Sobre el autor:
Alexander Cabezas Mora es costarricense, master en Liderazgo Cristiano y en Teología. Se ha desempeñado como conferencista, pastor adjunto, profesor de varios seminarios teológicos y consultor en materia de niñez y adolescencia para varias organizaciones internacionales. A participado como escritor y coescritor en varios libros entre ellos, Huellas, Spiro, Entre los Límites y los Derechos, Disciplina de la Niñez, En sus manos y nuestras manos, la co-participación de la niñez y la adolescencia en la misión de Dios y Oración con los ojos abiertos.
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