El imperio invasor, con sus ojos desconfiados, temía a los varones de la región, todos ellos marcados por décadas de opresión y desesperación vivieron la expropiación y el encarcelamiento. Las sombras de la sospecha se cernían sobre la pareja, sobre cualquiera que por ser gazatíes eran un blanco a desaparecer, acusándolos de ser posibles terroristas. José, consciente de los peligros que acechaban, se embarcó en una travesía plagada de adversidades, no solo enfrentando al ejército invasor sino también a los verdaderos terroristas que habían surgido en las sombras y túneles de la desesperanza.
A través del árido paisaje de edificios caídos, José guiaba a su esposa embarazada con valentía, sorteando puestos de control y enfrentando miradas hostiles. En su corazón resonaban las palabras de la antigua profecía: "Porque un niño nos ha nacido, un hijo nos ha sido dado, y la soberanía reposará sobre sus hombros; y se llamará su nombre Admirable consejero, Dios Poderoso, Padre Eterno, Príncipe de Paz" (Isaías 9:6), sabía que aquel había nacido de aquel pueblo que nunca abrazo su palabra de redención, amor y perdón.
La lucha de José no solo era física, sino también espiritual. En medio del caos, buscaba la paz en las palabras de Jesús, sin poder evitar el rencor e ira por su situación. En su travesía, se encontró con personas cuyos corazones ardían con la búsqueda de justicia y paz, aplacaron su ira y proveyeron consuelo, pacificadores del camino que, a pesar de no conocer a aquel, pedían por la paz y ayudaron a la pareja, ellos escucharon de corredores por donde podrían escapar de la tragedia que en su ciudad se cernía, les proveyeron alimento e indicaciones para llegar.
José, guiado por la estrella de la esperanza, el lucero de la mañana de su fe, huía de la estrella en la bandera. En cada paso de su corta travesía, resonaban las palabras del Sermón del Monte: "Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios" (Mateo 5:9).
En la noche oscura de Gaza, José y María encontraron refugio en un hospital a la salida de la ciudad, habían seguido el camino de lo que la gente en tiempo de terror llama un corredor seguro, el silencio de esa noche, una pausa de los bombardeos, fue interrumpido por el suave llanto del recién nacido que a José le sonó a impotencia y a su vez a clamor. Pero el llanto no duró, el fuerte ruido de la artillería reinicio a pesar de la supuesta tregua para transitar por aquel camino o corredor seguro.
Este José y esta María no encontraron un establo para refugiarse, ni tampoco un pesebre para acunar al recién nacido, era un hospital de confesión cristiana, un sitio seguro que fue un blanco de la ley de talión practicada. La vida de los tres fue segada en una noche de artillería, las vidas de otros que estaban en el hospital corrieron la misma suerte, el estruendo de la guerra eclipsó el llanto del niño y silenció la promesa de un mañana mejor. El nuevo imperio opresor olvidó que fue antes el oprimido en un campo de exterminio similar.
En medio de la tragedia, emerge un eco de las palabras de Jesús que ardían en el corazón de este José: "Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios" (Mateo 5:9).
Sobre el autor:
Ronald Rivadeneira es Licenciado en Antropología Aplicada, Magister en Estudios Sociales con mención en Sociología, Magister es Estudios Teológicos. Es pastor Bautista desde hace 25 años, ex Decano del Seminario Bautista del Ecuador Facultad Quito. Director de Educación Teológica de la Asociación Bautista de Pichincha.
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