Lo que no vio venir el señor Mora es que sería lapidado con toda clase de réplicas en las redes sociales, porque en calidad de Ministro de Educación Pública en Costa Rica, en ese entonces, representaba a los 75 mil funcionarios públicos, en su mayoría docentes a cargo de educar y formar a los niños, niñas y adolescentes de esta nación.
Pese a no estar del todo de acuerdo con la cita inicial, algo es verdadero; quien piensa en el suicidio es porque tiene un atenuante: sufrimiento, depresión, desesperación ante una adversidad que no encuentra solución. -El suicida en algunos casos no busca acabar con la vida, sino extirpar un malestar- es la opinión de los expertos.
El tema es amplio y complejo como la vida misma, por lo que la ideación suicida, así como el intento de suicida, no es unicausal, involucra aspectos que van desde lo socioeconómico, psicosocial, psicoafectivo, biológico, mental y espiritual.
Hace pocos días vi la noticia del suicidio de una joven madre quien se lanzó con su hijo de 10 años desde un puente en Colombia. Realmente me conmovió y entristeció ver al niño tratar de aferrarse a la vida al intentar asirse a una varilla de concreto. No había terminado de asimilar el caso, cuando tan solo en ese mismo mes del año en curso, tres personas más se habían suicidado saltando de otros puentes en mi país.
Todas estas personas lamentablemente pasarán a formar parte de las estadísticas que confirman que cada 40 segundos una persona se quita su vida en el mundo, de las cuales 65 mil pertenecían a América Latina (OMS).
Al menos Costa Rica se posiciona como el segundo país con más suicidios de Centro América y, desde el 2005 se ha identificado que el suicidio es la tercera causa de muerte en adolescentes en esta nación (OIJ).
El año pasado el pastor evangélico Andrew Stoecklein de los Ángeles, Estados Unidos, de 30 años, casado, con tres hijos y en la flor de su ministerio, optó por el suicidio.
Desde las líneas religiosas más de uno no tardó en afilar su lengua (y sus dedos en el teclado), para juzgar a este hombre haciendo uso de la Biblia (fuera de contexto), juzgar su imagen como ministro, esposo, su relación con Dios, incluyendo su destino final.
Tal parece que, desde nuestra naturaleza humana, es más fácil ser ¡juez y verdugo! ¿No es más bien la opción cristiana «llorar con el que llora», «consolar al abatido» y constituirnos en lugares de refugio?
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Primera de Corintios 3:17ss, se ha usado como «caballo de batalla» para argumentar en contra del suicidio. Solo que «destrucción del cuerpo» en el pasaje se refiere a las divisiones que estaban haciendo algunos líderes dentro de la iglesia y no tiene nada que ver con el suicidio.
Otra verdad contundente es que tampoco podemos afirmar que el propósito o voluntad divina se realice en el acto del suicidio. Jesús fue enfático al decirnos «en el mundo tendríamos aflicción o sufrimiento…», al siguiente momento nos alienta a confiar en él (Juan 16:33).
Su ofrecimiento se concreta en la «vida en abundancia». Entiéndase abundancia de vida más allá de la superación de las expectativas materiales. Su intención involucra la transformación interna, experimentar el amor, el perdón y la reconciliación que Dios otorga como joyas de la salvación; aspectos por los que Jesús ofrendó su vida por nosotros.
Dios tiene un alto sentido y valor por la vida humana, coloca a la mujer y al hombre por encima de su creación. Esto a pesar de que entremos en conflicto entre el valor de la vida y ejercicio de la libertad.
Estas dinámicas nos llevan al reconocimiento, nada fácil, de que el propósito de Dios eventualmente “podría ser frustrado” por nuestra parte. Aunque sucede porque él así lo permite. A eso lo conocemos como «libertad humana». Esta cierta libertad hace que el hombre con intención o sin ella, lastime a sus semejantes y a la vez, pueda lastimarse a sí mismo hasta llegar a las consecuencias finales. Xabier Pikazza (2017) lo expone de esta forma:
La vida del hombre es una prueba o, mejor dicho, una posibilidad, pues nadie le obliga a vivir, ni le impone la existencia, sino que él tiene la posibilidad de rechazarla y suicidarse, «devolviendo así el billete de entrada» en esta gran representación. Por eso, si vivimos y formamos parte de este «gran teatro del mundo» (Calderón de la Barca) es porque queremos (nos queremos), y el hecho de hacerlo es señal de que aceptamos el sentido de la vida, confiando radicalmente en Dios, que es la fuerza de la vida y la esperanza de futuro. Mirado así, el suicidio es un problema radical de teología: No hemos podido crear nuestra vida (nos la han dado), pero podemos negarla, rechazando de esa forma al Creador (2017).
Hace pocos días una amiga desde su angustia e impotencia me decía: ¡Tenemos que hacer algo para detener esto…!
Ella se refería al caso de una joven que pasó llorando en medio de varios oficiales de ley sin que estos se percataran y se lanzó desde un puente. Justo en el momento los oficiales estaban dando contención a otra mujer que, había intentado acabar con su vida minutos antes.
Y le doy la razón. ¡Tenemos que hacer algo!
Tenemos que ser una iglesia para los demás sin distinción alguna. Debemos iniciar por abrir el dialogo sobre estas y otras verdades con vehemencia. Romper el cascarón (tabú), de los estereotipos que no permiten mostrar la realidad de la fragilidad cristiana.
No somos ni seremos superhéroes de la fe, tenemos dudas y en ocasiones dudas existenciales. Tal reconocimiento no nos hace más pecadores o menos santos, sencillamente somos creyentes que requerimos de la gracia divina.
Reconozco que con este breve artículo estoy rascando la superficie de algo que requiere más análisis y diálogo. Lo cierto es que algo tenemos que hacer si vamos a tomar en serio este tema como un verdadero compromiso cristiano de amor y servicio a la humanidad.
Referencias:
Pikaza, Xabier (20 febrero 2019), El último mal es el suicidio... Pero Dios es mayor que el suicidio. El Bloq de X. Pikaza. Recuperado.
Sobre el autor:
Alexander Cabezas Mora es costarricense, master en Liderazgo Cristiano y en Teología. Se ha desempeñado como conferencista, pastor adjunto, profesor de varios seminarios teológicos y consultor en materia de niñez y adolescencia para varias organizaciones internacionales. A participado como escritor y coescritor en varios libros entre ellos, Huellas, Spiro, Entre los Límites y los Derechos, Disciplina de la Niñez, En sus manos y nuestras manos, la co-participación de la niñez y la adolescencia en la misión de Dios y Oración con los ojos abiertos.
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