Por Alexander Cabezas, Costa Rica
No es un secreto, en miles y hasta millones de hogares en América Latina, muchos hemos experimentado como terapia de corrección las famosas tundas o fajazos (1). Algunos recibieron más y otros menos; pero esta medida de corrección continúa colocándose lamentablemente como ¡el rey de los métodos de corrección de nuestra sociedad!
Qué importante es marcar la diferencia abismal entre lo que es la disciplina y lo que es el castigo físico. Mientras que la disciplina es educar y formar y para ello se necesita adquirir herramientas, disponer de tiempo, ensayo, paciencia, dedicación para su correcta aplicación (es una inversión que no todos los padres estarán en disposición hacer), en cambio, el castigo físico es una salida que se impone desde el temor, es más rápida, más fácil y no requiere mucha planificación. Solamente se necesita dejar aflorar los sentimientos de cólera o el enojo y descargarlas en el cuerpo frágil de un niño o una niña por medio de una faja creyendo que con eso ya aprendió la lección. ¡Grave error!
Algunas personas siguen creyendo que el gran problema de los delincuentes actuales estriba en que, cuando fueron niños o niñas, no recibieron suficiente “chilillo”(2). No es así. Lo que hubo ausencia fue de padres tiernos, de buenos modelos que les infundieran amor, respeto y una correcta disciplina para que supieran desenvolverse e interactuar en medio de la sociedad.
Creer que la falta de un castigo corporal desembocó en un delincuente o una persona malcriada, es asegurar que el uso de una medida de corrección física sea la panacea para cualquier actitud de indisciplina, lo cual tampoco es correcto.
Erramos cuando validamos que la efectividad del castigo físico descansa en el hecho de que tiene que mediar el dolor físico, y que, si no lo aplicamos, estamos ejerciendo incorrectamente la disciplina. Tal vez por eso en la sociedad hemos validado algunos refranes populares que dicen: “La letra con sangre entra”, “Quien te quiere te hará llorar”, “Más me pegas, más te quiero”.
En esta tónica es indignante que el libro de Michael y Debi Pearl, Para entrenar a un niño (2002, 43), y que ya va por su séptima edición asegure: “Demuéstrale que eres más grande, más fuerte, más pacientemente perseverante y que no te conmueve su llanto. Derrótalo totalmente. No aceptes una rendición condicional ni acuerdos negociados. Tu deber es gobernarlo como soberano benevolente. Tú tienes la última palabra”.
En ninguna medida es correcta una disciplina que consiste en la anulación total de las personas menores de edad, que no considera sus opiniones, sentimientos y sus derechos. Este enfoque es el resultado de una sociedad donde impera la cultura egoísta que señala como ‘propiedad’ a los niños y las niñas y escasamente considera sus derechos. Esta clase de disciplina es un legado que venimos arrastrando de una generación a la siguiente y por ello debemos creer que entre la disciplina y el castigo, hay una gran diferencia.
Por otro lado, en muchos hogares, sobre todo cristianos, se continúa legitimando desde la Biblia el uso de la vara y se toma como un referente los textos del libro de Proverbios (10.13, 23.13, 14; 26.3; 29.15)
Pero no olvidemos que cada vez que vayamos a las Escrituras y tratemos de interpretar un texto y buscar su aplicación, tenemos que inquirir sobre el contexto histórico y cultural en que sucedieron los acontecimientos. De esta forma evitaremos el riesgo de perdernos en muchos detalles que no necesariamente aplican a nuestro presente, para separar lo vigente de lo que no lo es. Para ello es importante hacer una relectura de la Palabra de Dios para obtener la esencia de su mensaje para nuestros tiempos y discernir lo que es cultural y válido para cierta época, de aquello que se puede considerar con un valor universal.
Cito por ejemplo, el libro de los Proverbios es una recopilación de dichos de varios autores, quienes reflexionan acerca de la vida y del comportamiento moral y ético, y acerca de lo que se esperaba que observara la comunidad del pueblo de Dios. Dentro de la cultura patriarcal de la época en que fueron recopilados los proverbios, la mujer, y en especial la niña, era marginada y relegada por su género y su condición. Ella no tenía derecho a recibir educación formal, pues se le preparaba para ser madre. La intención original de los proverbios, en cuanto a la educación artesanal o religiosa, estaba dirigida al niño y al joven.
Además el uso de la vara en estos tiempos era uno de los recursos pedagógicos con que contaban las familias, cuyo fin era corregir al niño y hasta evitarles la muerte por infringir la ley al deshonrar a los padres, según lo determinaba la ley (Deuteronomio 27.16–17, Levítico 20.9).
Me doy cuenta que muchas veces como creyentes nos gusta ser literalistas cuando nos conviene a la hora de interpretación y aplicar el Antiguo Testamento. Algunos no tienen mayor problema en decir que el uso de la vara es una medida que tenemos que observar de la ley, porque “Dios lo ordena”. Pero en dicho caso, ¿Por qué no aplicamos toda la ley? ¿Acaso algún padre insensato se atrevería a sacar del sistema educativo a sus hijas, partiendo del hecho que la educación, tal como he mencionado, era solo para el género masculino? ¿Acaso algún padre va a matar a pedradas a sus hijos e hijas por ser malcriados como fijaba la ley? (por cierto, que yo sepa no hay registros históricos, bíblicos o de la tradición Judía que constaten si alguna vez se mató a un hijo por causa de la desobediencia).
Por último resalto el valor del libro de Proverbios porque más allá de unos cuantos versículos que mencionan la aplicación de método de castigo físico, encontramos valiosos principios sobre cómo educar y disciplinar, recordando que la esencia de este libro es:
Para adquirir sabiduría y disciplina; para discernir palabras de inteligencia; para recibir la corrección que dan la prudencia, la rectitud, la justicia y la equidad; para infundir sagacidad en los inexpertos, conocimiento y discreción en los jóvenes (Proverbios 1.2–4, NVI).Así que de ninguna forma podemos legitimar desde la Biblia para hoy día el uso de la vara, más bien eduquemos con amor, comprensión, ternura, tolerancia y paciencia, recordando que la forma en que tratemos a nuestros hijos e hijas, daremos cuentas al Señor.
(1) Paliza, zurra
(2) Látigo formado por una vara delgada o por una tira de cuero trenzada atada a un palo redondo y fino.
Sobre el autor:
Alexander Cabezas Mora es costarricense, master en Liderazgo Cristiano y en Teología. Se ha desempeñado como conferencista, pastor adjunto, profesor de varios seminarios teológicos y consultor en materia de niñez y adolescencia para varias organizaciones internacionales. A participado como escritor y coescritor en varios libros entre ellos, Huellas, Spiro, Entre los Límites y los Derechos, Disciplina de la Niñez, En sus manos y nuestras manos, la co-participación de la niñez y la adolescencia en la misión de Dios y Oración con los ojos abiertos.
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