La navidad ya casi termina en Lima. El ambiente, tras el indulto al ex – presidente Fujimori, está caldeadísimo. Las manifestaciones han sido intensas y aún siguen. Ya han convocado a otras para los próximos días. El presidente PPK dio un mensaje a la nación, desde su casa, solo y grabado con la cámara de una laptop, donde asume la perorata fujimorista y enfatiza dos temas básicos de la discursiva naranja: el indulto del Chino es necesario para la reconciliación nacional, y la visión de los opositores está marcada por el odio.
Un buen amigo, ante la noticia del indulto, me habló de que se hace necesario un esfuerzo por la reconciliación. Lo escuché, tomando el mensaje con mucha seriedad. Soy cristiano, es Navidad, y sigo al Príncipe de Paz que nos da esperanza y orden. La reconciliación es parte intrínseca de la teología cristiana, un eje capital. Cristo, al morir en la cruz, reconcilia a Dios Padre con los hombres debido al pecado de todos nosotros (Rom. 5:10; 2 Cor. 5:18; Col. 1:20-21). Tras la obra redentora, se nos llama a ser instrumentos de paz y reconciliación con todos los que nos rodean. Ahora, PPK habla de reconciliación, los fujimoristas hablan de reconciliación, los congresistas del partido de gobierno hablan de reconciliación. Todos nos volvimos teólogos y usan esa hermosa palabra, esa agraciada misión que tenemos los cristianos (2 Cor. 5:18-21).
Pero la reconciliación, ojo, siempre pasa por un reconocimiento de la falta y propósitos serios de enmienda. La muerte de Cristo en la cruz, aunque no tiene costo para nosotros ya que es un obrar de Dios por pura gracia (Rom. 3:23-25), nos trae el perdón pero con una acción previa nuestra: el reconocimiento de nuestro pecado, el arrepentimiento genuino y la metanoia posterior: el cambio de actitud completo y real que traiga frutos tangibles (Mat. 3:8). Por eso es tan importante en el catolicismo y el protestantismo la confesión de pecados (1 Jn. 1:9) como puente que nos llevará a una reconciliación verdadera. Por lo tanto, siempre la reconciliación implicará la aceptación de las culpas, el resarcir de una manera u otra a las víctimas de nuestras faltas (Lev. 6:4) y el compromiso de un cambio hacia el futuro. Todo es una sola cosa, no podemos hablar de reconciliación si alguna de los componentes nos falta. Veo lo que está sucediendo con Fujimori y el discurso de sus seguidores está muy lejos de reconocimiento de los delitos, y menos de un arrepentimiento genuino. El propio PPK habló de errores o transgresiones, evitando la palabra delito. Otros arrecian contra los juicios o traen de regreso los argumentos que centran los crímenes en el asesor Vladimiro Montesinos. Por lo tanto, su discurso respecto al arrepentimiento no es sincero. Suena, más bien, a impunidad.
El discurso que aduce el odio de los que se oponen al fujimorismo en todas sus formas tiene larga data. Lo argumentan todos, desde los parlamentarios de Fuerza Popular hasta los operadores de redes sociales, que insisten con esa postura una y otra vez. Por supuesto, esta visión está vinculada a la ausencia de arrepentimiento real, y esta actitud se remonta a lo más atrás en el texto bíblico, a la misma creación del hombre y la mujer. Adan y Eva, ante la falta cometida por comer el fruto prohibido, no dudaron en achacar su responsabilidad a otros: la mujer, la serpiente (Gén 3:7-13). Ellos nunca asumieron con hidalguía su error, y eso sigue pasando hoy: al decir que sentimos odio y que es por ese odio que nos oponemos a Fujimori, lo que están diciendo realmente es que la culpa es nuestra porque son nuestros ojos los que ven el mal o la falta; nuestra visión está distorsionada y que lo que vemos como delitos es así por el odio que sentimos. Nos acusan de oponernos al mismo Dios que es amor en esencia al sentir odio, lo que es un pecado muy serio de nuestra parte. Es una visión perversa porque no solo no asumen sus culpas, sino que ponen en nuestros hombros la carga pesada que ellos deben arrogar y resolver. Que tremendo es esto.
Si realmente se quiere una reconciliación genuina, entonces ya saben qué hacer. Asuman lo que les toca, pidan perdón, reparen a las muchas víctimas que aún esperan justicia, dejen el discurso inmaduro del odio del adversario, y en ese momento los otros tendremos en nuestra cancha la misión de pasar la página con nobleza y pensando en el país. Eso es posible, el Dios de la historia lo ha hecho muchas veces, pero veo Latinoamérica y me embarga el pesimismo. Ruego, clamo porque esta vez sea distinto.
Sobre el autor:
Abel García García, es peruano. Estudió Ingeniería Económica en la Universidad Nacional de Ingeniería (UNI), Finanzas en ESAN y Misiología en el Centro Evangélico de Misiología Andino-Amazónica (CEMAA). Fue editor de la Revista Integralidad del CEMAA y enseña en varias universidades en Lima
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