Por María Alejandra Andrade, Ecuador
Debo confesar que, desde hace algunos años, la navidad es una celebración que me genera sentimientos encontrados. En medio de los intentos por limitar la influencia del consumismo navideño avasallador y de las búsquedas por rescatar el “verdadero sentido de la navidad” en nuestra familia, no puedo conformarme con que navidad sea, en el mejor de los casos, un tiempo de compartir en familia, mostrarnos afecto y desearnos unos a otros amor y paz. Resulta que deseos tan comunes en esta época como “amor”, “esperanza”, “paz” y “unidad” se han convertido en un cliché que, de tanto ser utilizados sin consciencia, han perdido su valor. Es así como, mientras para algunas personas estas bendiciones están dadas por sentado, para muchas otras son derechos que les han sido negados, anhelos lejanos, privilegios que parecen no pertenecerles. Entre esas personas se encuentran quienes han sido desplazadas de manera forzada, cuyo número alcanzó un nuevo record en el 2016: 65,6 millones de personas. (1).
¿Qué significado puede tener el nacimiento del niñito de Belén para las familias que intentan retomar su vida en varias ciudades de Siria en medio de los escombros que son la huella de los siete años de conflicto? ¿O para las madres rohingya que han perdido a varios de sus hijos y siguen escapando de la violencia del ejército con la esperanza de salvar a los hijos que les quedan? ¿O para las decenas de miles de venezolanos que dejado su país por la inestabilidad política, la violencia y la escasez? ¿O para los papás que están dispuestos a todo para proveer calor y comida a sus familias en uno de los tantos campamentos de refugiados en Jordania, Líbano o Grecia? ¿O para las mamás centroamericanas, que huyeron de las maras junto a sus pequeños hijos, exponiéndose a todo tipo de violencia y abusos? Pienso en Libia, en Colombia, en Gaza, en República Centroafricana,… la lista es interminable. Todas estas personas han dejado sus países, sus seres queridos, sus referentes, sus pertenencias, todo, en búsqueda de una vida digna. Para estas mujeres, estos hombres, estos niños y niñas, ¿qué significaría tener un poco de “amor”, “unidad”, “esperanza” y “paz” en esta navidad?
Por eso, en esta navidad me ha servido recordar que, desde siempre, Dios ha mostrado una preocupación especial por las personas excluidas y marginadas de la sociedad; entre ellas, las personas desplazadas. Es quizás por eso que el nacimiento de Jesús tuvo a los “pequeños del mundo” en primera plana de varias maneras: sus protagonistas fueron una pareja joven y sencilla de un pueblo de dónde nadie creía que podía salir algo bueno; asimismo, quienes recibieron el anuncio del nacimiento de primera mano fueron unos pastores pobres y unos hombres extranjeros (los Sabios del Oriente). Más aún, si hay alguien que supo la realidad del desplazamiento fue Jesús, pues su mamá y papá tuvieron que viajar más de 110 km desde Galilea hasta Belén, en burro, con un embarazo casi a término, en condiciones precarias, y sin lugar para pasar la noche. Poco después, cuando Herodes quiso asesinarlo, Jesús vivió en carne propia la persecución, la pérdida de sus pares (porque también mandó a matar a todos los niños menores de 2 años) y el exilio en Egipto. El niño Jesús y su familia fueron, pues, migrantes que tuvieron huyendo de la violencia y la inseguridad –salvando su vida- tal como millones de personas lo hacen hoy. La Biblia resume en pocos versículos lo que seguramente significó momentos muy duros para la pequeña familia de Jesús.
Jesús nace "en el camino" (on the move) y, al hacerlo, se identifica con quienes huyen para vivir. Es muy revelador el hecho de que el plan salvífico de Dios para la humanidad se geste en la incomodidad de un traslado, en la precariedad de un refugio, en la angustia de la huida y en la incertidumbre de un nuevo lugar; realidades que no son ajenas para 1 de cada 113 personas alrededor del mundo.
Así pues, siendo que el mismo Jesús se identificó de manera tan profunda con las personas que viven la realidad del desplazamiento por causa de persecución política, pobreza, violencia o cambio climático, quisiera proponer que, en medio de las festividades y el tiempo familiar, dejemos un espacio para identificarnos también con esta realidad que es, hoy, tan latente y tan urgente. Cada vez tenemos menos excusas para no actuar, y estar lejos no es excusa suficiente para no solidarizarnos. Podemos orar, donar, informarnos, crear conciencia en nuestras comunidades, tener una actitud de acogida y compasión, abogar por políticas más inclusivas y solidarias con los extranjeros y migrantes en nuestros países u optar por prácticas menos consumistas y más amigables con el medio ambiente (pues según estudios, al paso que vamos, la mayor causa de desplazamientos será los efectos del cambio climático). Si bien es cierto que hay cambios que solamente ocurrirán a nivel político, hay muchos otros que solamente pueden ser el fruto de actitudes, comportamientos y acciones que reduzcan los estigmas y la xenofobia, y faciliten la convivencia con nuestros “nuevos vecinos”. ¡Hay tanto que debemos y podemos hacer!
¡Por una navidad más inclusiva y solidaria, y un 2018 determinados a acoger a nuestros “nuevos vecinos” como si se tratase de Jesús mismo!
"En medio de todas estas desgracias en el mundo... cuando nace un niño es señal de que Dios todavía cree en el ser humano" - Leonardo Boff
(1) http://www.acnur.org/recursos/estadisticas/
Sobre la autora:
María Alejandra Andrade, ecuatoriana, es socióloga de base con más 10 años de experiencia en desarrollo integral, derechos de la niñez e incidencia pública. Cuenta con una Maestría en Estudios Internacionales sobre Infancia de la Universidad King's College London y una Maestría en Gerencia de Proyectos y Estudios Superiores en Cooperación Internacional, Desarrollo Sostenible y Teología.
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lunes, 25 de diciembre de 2017
Jesús, un desplazado
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