Cuando una persona encuentra algo o alguien que provoca un positivo giro de 180º en su existencia tiene la tendencia a compartir su hallazgo con los demás. Incluso corre el peligro de que su conversación sea monotemática. Tanto es el impacto que su encuentro ha hecho en su alma.
Justamente, leyendo una serie de ponencias sobre evangelización, caí en la cuenta de mi propio itinerario en la fe cristiana en su versión protestante. La comunidad en la que inicié mis primeros pasos nunca tuvo un departamento de evangelización, nunca -que yo recuerde- realizó campañas evangelizadoras. Eso sí, durante los domingos por la tarde se celebraba el clásico culto -ya en desuso- de predicación del Evangelio. Al final del sermón se realizaba el consabido llamamiento a la conversión. Cinco, seis, hasta diez personas daban testimonio público de querer seguir a Jesús. Y la que fue mi iglesia local por un largo tiempo crecía y crecía...
¿Qué había detrás de todo aquello? Muy sencillo, hombres y mujeres, de todas las edades, que habiendo experimentado un encuentro personal con Jesús de Nazaret, como escribía hace unas líneas, compartían su hallazgo con sus amistades, compañeros de trabajo y compañeros de estudios. Era de sobra conocido que muchos miembros de mi antigua comunidad celebraban cenas los viernes y sábados en sus hogares donde invitaban a sus amigos. Se comía, se bebía, se hablaba de la vida y de la muerte y se finalizaban las cenas con lo que dábamos en llamar “un pensamiento”. Es decir, una reflexión de cinco minutos que alguien en la mesa realizaba. Eso es lo que había detrás de todo ello, pasión por Jesús de Nazaret, por su vida y su mensaje, y ganas -muchas ganas- de hacer partícipes a todos de la alegría que nos producía dicha pasión.Y eso es lo que nos falta a los cristianos y cristianas del siglo XXI. Ganas de compartir nuestro hallazgo con los demás sin necesidad de recurrir a los fundamentalismos y moralismos religiosos tan en boga en nuestros círculos cristianos. Pero falta pasión, nos falta pasión y nos sobra vergüenza. Nos conformamos con poco, con muy poco. Nos conformamos con preservar lo que tenemos o cantar loas al crecimiento de nuestras iglesias gracias a nuestros hermanos y hermanas oriundos de otros países.
El hallazgo del reino de Dios, la alegría que ello provoca y la comunión de mesa abierta a todos fue el secreto de Jesús de Nazaret, fue el secreto de la primera iglesia, fue el secreto de mi primera comunidad local y sigue siendo el secreto que no acabamos de descubrir en la España del siglo XXI.
Al principio de mi reflexión escribía que "cuando una persona encuentra algo o alguien que provoca un positivo giro de 180º en su existencia tiene la tendencia a compartir su hallazgo con los demás". Y eso es lo que nos hace falta a todos nosotros, el reencuentro con Jesús o, ¿acaso me equivoco? Todo lo demás son sucedáneos.
Sobre el autor:
Ignacio Simal es español y pastor de la Iglesia Evangélica Española en Catalunya. Es el fundador y director de la revista digital Lupa Protestante; dirige el Departamento de Comunicación de la IEE. Por 25 años fue profesor de Teología y Biblia en Catalunya.
Sigue a Ignacio Simal en Twitter
Sitio Web de Ignacio: Opiniones Falibles
No hay comentarios.:
Publicar un comentario