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martes, 16 de abril de 2013

María bajo la mirada de una mujer protestante | Por Joana Ortega Raya

Puede que María de Nazaret –más conocida en nuestra cultura mediterránea como la Virgen María o la Madre de Dios- haya sido una de las mujeres más maltratadas y malentendidas por la historia de la iglesia. Virgen y madre al mismo tiempo, algo absolutamente inverosímil, se ha utilizado como una justificación de los deseos más ocultos de los hombres y como coartada para reprimir, dominar y controlar el cuerpo y la sexualidad de las mujeres.

Si bien es cierto que el testimonio de los cuatro evangelios podría conducirnos a entender el personaje de María tal y como la historia de la iglesia nos lo ha transmitido, también es cierto que podemos encontrar algunos detalles que contradicen una tradición cristina que ha querido hacernos creer que nuestro cuerpo y nuestra sexualidad debe responder a los ideales esperpénticos de una mujer inexistente, no en el sentido histórico, claro, sino más bien en el aspecto simbólico.

María, víctima de las tradiciones y de las convenciones de una religión y de una cultura basadas en el honor y la vergüenza social, tuvo que enfrentarse, siendo casi una niña, a un embarazo no deseado, poniendo en peligro la reputación de su familia y, lo que es más grave, su propia vida.

Creo que la tradición cristiana a endulzado demasiado la historia de María de Nazaret. Esta tradición no ha mostrado ninguna sensibilidad hacia una niña embarazada enfrentada a todas las convenciones de su entorno. Nos la ha mostrado como si fuera una diosa, por encima del bien y del mal, ajena a los errores, a los desastres y a las miserias que, sin duda, sufrimos todos los seres humanos.

En mi opinión, María de Nazaret sufrió las contradicciones y los excesos del sistema patriarcal; experimentó en su propia carne y en su propia historia lo que Ayaan Hirsi Ali llama “la jaula de la virginidad”, primero en su contexto religioso y después en la tradición de una iglesia que le ha negado lo más importante para una persona: su humanidad.

Me gusta pensar, y de hecho así lo creo, que la tradición protestante le ha devuelto a María de Nazaret su derecho a seguir siendo humana: ella no es la Madre de Dios, es la madre de Jesús de Nazaret, una mujer que pensaba como mujer, que amaba como mujer, que sufría y se preocupaba por sus hijos e hijas como mujer, y que tenía una comprensión muy particular, adecuada y perspicaz de Dios, tal y como se refleja en el Magnificat: “Ha hecho proezas con su brazo; ha esparcido a los que eran soberbios en los pensamientos de su corazón, ha quitado a los poderosos de su trono y ha exaltado a los humildes. A los hambrientos ha colmado de bienes y ha despedido a los ricos con las manos vacías.” (Lc. 1,51-53).

Quede su ejemplo para todas y todos nosotros como un testimonio de la bienaventuranza de Dios hacia las personas que deciden obedecer su voluntad sin tener que negarse a sí mismas.


Sobre la autora:
Joana Ortega-Raya es directora de Lupa Protestante.  Licenciada en Teología (SETECA), en Filosofía y Ciencias de la Educación (Universitat de Barcelona), Doctora en Filosofía (Universitat de Barcelona) y Master Duoda en Diferencia Sexual (Universitat de Barcelona). Durante muchos años ejerció como profesora de Filosofía, Biblia y Griego en una institución teológica protestante en Cataluña. Es miembro de la Església Evangélica de Catalunya - Iglesia Evangélica Española (metodista y presbiteriana)

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