La voz de las víctimas: una mirada pastoral sobre la desaparición forzada en México

Entrada 1. Un grito que interpela la fe

Cada que encontrábamos a alguien y sus familiares podían llevarlos a 

casa… mi corazón sentía un poco de paz… anhelaba yo ese momento… 

el día en el que pudiera encontrar a mi BERENICE y saber que ya no 

pasaría días y noches SOLA donde sea que estuviera… si no que podría 

llevarla a casa conmigo… y así fue…

Un día, estábamos en un cerro buscando personitas y reconocí unos 

tenis… Enseguida con mis propias manos comencé a escarbar… mi 

desesperación fue tanta que cuando se acercaron a ayudarme las demás madres yo ya había llegado a el resto de lo que quedaba… Era mi 

niña… mi Bere… reconocí su blusa, tenis y el pantalón que llevaba el último día que la vi… Mamita, se acabaron las noches frías y solas… 

hoy… nos vamos a casa.

La realidad de las desapariciones forzadas es, sin duda, una de las  mayores heridas de la humanidad. Las repercusiones funestas van más allá de la mera ausencia de un familiar: hieren profundamente a los miembros de las familias afectadas desde lo psicológico, social y espiritual, asimismo, generan en la sociedad un sentimiento de temor e impotencia, lo cual conduce a una crisis colectiva que golpea los pilares de la vida misma. El problema de las desapariciones es una terrible realidad que todos los días vive la sociedad mexicana. 

Actualmente, en México existen 125,000 personas de las cuales se desconoce su paradero y que se presume han sido víctimas directas de  desaparición forzada. Este no es un problema nuevo, pues existe desde  hace varias décadas, pero se ha agravado en los últimos años. Primero  fueron las víctimas conocidas internacionalmente como las muertas  de Juárez.

La desaparición de estas mujeres provocó que las madres se organizaran no solo para exigir justicia, sino también para buscar y  encontrar a sus hijas. Después fueron los familiares de diferentes personas desaparecidas quienes formaron colectivos de búsqueda, para emprender la desgarradora tarea de buscar por todos los lugares posibles a sus hijos, hijas, hermanos, hermanas, madres o padres.

Esta situación de crisis no es algo que se reduce a la falta o ausencia de 

un miembro de la familia, sino más bien se trata de un daño profundo  que lacera los cimientos de la sociedad y que sume a las familias en  un mar de dolor e incertidumbre. Las personas cristianas que observamos con preocupación estos tiempos de muerte injusta, violencia y  desapariciones sin razón, no podemos dejar de preguntarnos: ¿dónde está Dios en estos momentos? Aunque esta pregunta puede llegar a incomodarnos, es una pregunta que nos debe conducir a cuestionar nuestra fe y la forma en que la vivimos y expresamos en situaciones de  crisis, sobre todo, en el acompañamiento pastoral a las personas que  sufren la desaparición forzada de algún miembro de su familia. Esta pregunta sobre la presencia de Dios en situaciones de crisis, no conduce a recordar que, Jesús mismo, al colgar de la cruz, en sus últimos momentos exclamó: “Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has abandonado?” (Mc 15,34). ¿Cómo podemos entonces hablar de la presencia y el  amor de Dios a las familias de estas 125,000 personas desaparecidas? ¿Dónde está Dios en medio de toda esta tragedia que hunde en el dolor a las familias y a la sociedad mexicana?

Frente a esta situación de pena y devastación, la iglesia, cualquiera que 

sea su denominación, tradición o posición dentro de la sociedad, precisa de brindar respuestas pastorales sinceras y efectivas a los problemas graves que genera en las familias la desaparición forzada de uno de 

sus miembros, con el fin de contribuir a restaurar el tejido social y así 

promover —desde la dimensión política de la fe— el restablecimiento 

de la cultura de paz.

Entrada 2. El Dios que busca a los desaparecidos.

“Dios es el primero que sale a buscar”, dice doña Mari. “Dios sale a buscar sin saber a dónde ir, ni cómo empezar, pero va. Nosotras también 

así empezamos”.

La situación de las desapariciones forzadas en México, así como sus  secuelas en las familias y en todo el tejido social, nos conduce a preguntarnos sobre qué respuestas tiene la fe cristiana para este tipo de fenómenos que interpelan nuestras pastorales. En ese sentido, podemos afirmar que, en medio de la persecución y desaparición forzada, la fe cristiana debe impulsarnos a un compromiso solidario con las víctimas y, a partir de ese compromiso, debe también conducirnos a construir una teología de la esperanza, cuya base se encuentra en la propia tradición cristiana.

Recordemos que los primeros grupos cristianos enfrentaron persecución sistemática por su adhesión a Jesús de Nazaret, experimentando diferentes formas de martirio, como la decapitación, la crucifixión y la muerte en la hoguera. En este contexto de violencia, los evangelios y escritos neotestamentarios emergieron no solo como testimonio de fidelidad en la adversidad, sino como consuelo para las comunidades perseguidas y desaparecidas. Estos textos no fueron producto del poder dominante, sino que se escribieron desde la perspectiva de las víctimas, revelando un Dios que se solidariza con ellas y las acompaña en sus luchas por la justicia.

La figura de José de Arimatea (Mc 15,43) simboliza con mucha claridad y creatividad literaria la resistencia ante el poder opresor, sobre todo al reclamar el cuerpo de Jesús. Este gesto encuentra eco actualmente en las familias de las personas desaparecidas que exigen de las autoridades respuestas que les conduzcan a la verdad y justicia. La tradición bíblica judía también ofrece paralelos significativos. Por ejemplo, el Éxodo presenta a Yahvé como liberador que escucha el clamor de los grupos oprimidos (Éx 3,7-8), lo cual establece un cambio de paradigma teológico muy importante, a través del cual se establece la intervención divina en la historia.

Lo anterior singifica que el sufrimiento humano plantea interrogantes profundas, que la teología debe abordar desde la premisa de la esperanza, donde el mismo Hijo de Dios experimentó el abandono y clamó por esperanza (cf. Mt 27,46). La desaparición forzada, entonces, constituye aquí una negación particularmente grave de la Imago Dei, al deshumanizar tanto a víctimas directas y a sus familiares como a todo el tejido social mexicano. Frente a esto, una auténtica y esperanzadora reflexión teológica debe articularse desde los márgenes, tratando de evitar constantemente la elaboración abstracciones filosóficas que ignoran el dolor y el sufrimiento concreto de las víctimas. Solo una teología arraigada en la realidad histórica puede testimoniar el amor divino en medio de la fragilidad humana.

Entrada 3. Fe que abraza el dolor. 

Vivimos en una época en que la relación mutua entre miedo y esperanza parece colapsar frente a la creciente polarización entre el mundo 

del miedo sin esperanza y el mundo de la esperanza sin miedo, o sea, 

un mundo en que las incertidumbres, descendentes o ascendentes, se 

transforman cada vez más en incertidumbres abismales, esto es, en 

destinos injustos para los pobres y sin poder, y misiones de apropiación del mundo para los ricos y poderosos.

Jesús de Nazaret se presenta como un modelo que nos permite enfrentar el desafío de una praxis eclesial liberadora en situaciones de violencia. Las desapariciones forzadas en México nos recuerdan los contextos de violencia que sufrían las primeras comunidades cristianas ubicadas en la región de Palestina del siglo I, donde la figura de Jesús emergió como una respuesta de renovación profética que esperaba el pueblo. La crisis de ese tiempo estaba marcada por la dominación del imperio romano, el cual imponía la denominada pax romana a través de crucifixiones masivas, explotación económica, ocupación militar y represión cultural. En este escenario de muerte institucionalizada, el mensaje de Jesús se centró en recuperar la dignidad de las personas excluidas y en denunciar la injusticia social, lo cual representó un contrapoder ético y espiritual

No obstante, la situación actual de la iglesia frente a las complejidades 

del mundo contemporáneo —como el caso de las desapariciones forzadas en México— resulta alarmante, ya que su mensaje y acciones parecen perder credibilidad con el paso del tiempo. Si bien existen diversas causas para este fenómeno, una de las más evidentes es la escasa o inexistente respuesta pastoral de la iglesia frente a los desafíos sociales de la actualidad. En gran medida, la iglesia se ha descontextualizado, ha olvidado su compromiso con la realidad social y se ha distanciado de las necesidades concretas del prójimo.

Parece que la reflexión teológica de la iglesia del siglo XX se ha limitado exclusivamente a lo celestial, sin involucrarse en la transformación del mundo. Su silencio e indiferencia frente a las problemáticas que afectan a los pueblos de América Latina y el Caribe resultan profundamente lamentables. La iglesia, llamada a ser defensora de la vida y la justicia, debería asumir una participación activa en su defensa. Sin embargo, las pocas ocasiones en que levanta la voz suele cuando se ven amenazados sus propios intereses, reproduciendo un sistema que impide ofrecer una esperanza auténtica a las personas que sufren de persecución y violencia.

Aunque la iglesia puede tener una teología muy rica en contenidos teóricos, su práctica pastoral sigue siendo muy limitada, ya que, generalmente, no responde a las necesidades concretas de las personas y comunidades. Aquí radica la importancia que tiene la teología práctica como orientadora de la acción pastoral en clave de liberación.

Para lograr tal objetivo, la acción pastoral de la iglesia debe articularse 

en torno a tres verbos fundamentales: ver, escuchar y actuar, tal y como 

lo hizo Jesús. En efecto, Jesús vio a quienes eran invisibilizados por la 

sociedad, los evangelios dan testimonio de ello: vio a Zaqueo encaramado en un árbol de sicómoro (Lc 19,1-10); vio a la mujer samaritana junto al pozo (Jn 4,1-30). Pero Jesús también prestó atención (escuchó) a las voces silenciadas por los poderes religiosos y políticos: escuchó el 

clamor de Bartimeo, implorando misericordia (Mc 10,46-52), y tambíen escuchó la súplica del ladrón que, desde su cruz, buscaba redención (Lc 23,42-43).

Pero Jesús no se limitó a ver y escuchar, sino que actuó decididamente  a favor de las víctimas: Salvó a una mujer condenada como adúltera  por el sistema religioso (Jn 8,1-11), tocó a los leprosos despreciados  por su condición (Mc 1,40-45) y se acercó con compasión a quienes  habían sido olvidados por el sistema (Lc 6,17-19). En resumen, Jesus  vio con empatía, escuchó con atención y actuó con determinación en  defensa de las personas excluidas. En el contexto actual de violencia  y desapariciones forzadas en México, la acción pastoral de las comunidades cristianas debe inspirarse en este modelo de Jesús. Nos corresponde ahora analizar críticamente nuestra realidad, abrir nuestros  oídos a los clamores de quienes sufren injusticias, y responder con acciones concretas que den consuelo y promuevan la justicia. 

Estos tres verbos fundamentales de la acción pastoral están representados con mucha claridad en el método teológico de la circularidad hermenéutica, el cual está compuesto de tres mediaciones: socioanalítica (ver), 

hermenéutica (escuchar) y práctica (actuar).

Este acompañamiento pastoral, lejos de ser una actitud pasiva, implica un compromiso activo: caminar al lado de quienes sufren, compartir sus temores y esperanzas, y hacerlo todo a la luz de la fe, la cual se constituye en una fuente de fortaleza, valor y esperanza que capacita a las familias para encontrar en sus creencias un refugio que les permita resistir y seguir adelante. La vivencia comunitaria que surge de este acompañamiento entre iguales trasciende los lazos de sangre y genera nuevas formas de solidaridad, fortaleciendo los vínculos humanos y espirituales en medio del dolor.

Entrada 4. Cuando la fe se hace abrazo. 

La práctica pastoral debe generar un impacto social que sea al mismo 

tiempo contextual e integral. Su finalidad principal debe orientarse a ofrecer contención y apoyo real a las familias y personas que atraviesan la crisis derivada de la desaparición forzada de un ser querido, contribuyendo a su estabilidad emocional y espiritual. Esto significa, acompañar de manera cercana y sostenida a madres y padres en su labor de búsqueda, con el fin de fortalecer su resiliencia y alimentar la esperanza de encontrar la verdad de lo ocurrido a su ser querido en medio de la incertidumbre actual. 

Esta labor pastoral puede hacerse efectiva a través de la creación de espacios de diálogo donde, mediante la escucha activa y el acompañamiento emocional, se facilite el proceso de duelo a través de grupos de apoyo y atención personalizada. Asimismo, debe impulsar el fortalecimiento de la fe y la espiritualidad como recursos significativos para encontrar consuelo y mantener viva la esperanza:

Acompañar pastoralmente es ir con, al lado de. Se trata de un caminar 

juntos o juntas, que se realiza con la mayor disposición hacia un grupo 

o hacia una persona sufriente. (…) Ese compartir puede ser de persona 

a persona, en una relación de ayuda denominada Acompañamiento 

Pastoral, o bien en forma colectiva, acompañando a un grupo específico que comparte o afronta las mismas situaciones. Este acompañamiento, al ser realizado desde la fe experimentada y reflexionada, se 

convierte en Acompañamiento Pastoral.

El acompañamiento pastoral a quienes sufren la desaparición de un ser querido no solo alivia el dolor individual, sino que también posibilita la gestación de procesos colectivos de organización, memoria y exigencia de justicia. En este sentido, la teología práctica como acción pastoral se convierte en una forma concreta de resistencia tanto espiritual como social, ya que asume su responsabilidad histórica: “ser una disciplina profética, que no solo se rebela frente a situaciones de opresión y denuncia sistemas injustos, sino también que anuncia a través de la formación académica la posibilidad de construir sociedades justas e inclusivas”.

La desaparición forzada no solo hiere a las personas de manera particular, sino que también hiere a la sociedad en su conjunto, desgarra su tejido social y atenta contra valores fundamentales como la paz, la justicia, la libertad y, sobre todo, atenta contra la vida misma. Este crimen despoja a las personas y comunidades de su derecho a vivir sin temor, y sumerge a las víctimas en un ambiente de incertidumbre que se extiende como una niebla densa sobre el día a día de quienes buscan respuestas.

En consecuencia, la práctica pastoral, cuando se ejerce desde una perspectiva liberadora y transformadora, se constituye en una mediación 

histórica eficaz, a través de la cual las comunidades cristianas tienen la posibilidad de visibilizar con bastante claridad la presencia de un Dios que no es ajeno al sufrimiento humano ni a los sueños que construyen en su cotidianidad. En efecto, Dios se ha revelado en la historia mediante la experiencia concreta de hombres y mujeres que, en medio del dolor, sintieron su compañía esperanzadora. 

Desde esta perspectiva, acompañar pastoralmente a quienes enfrentan la desaparición forzada permite manifestar el rostro de un Dios comprometido con la vida y con la justicia. Ese Dios actúa a través de personas valientes que se levantan para buscar a los suyos, que se convierten en sus pies caminando al lado de los buscadores, en sus brazos abrazando el dolor de los que han sido heridos, en su compasión y consuelo encarnados en medio del horror. Es en estos gestos donde la esperanza se reafirma, y donde la denuncia contra la impunidad cobra fuerza y sentido.

Autor: Benjamín Samayoa

Benjamín Samayoa es mexicano, cirujano dentista y estudiante de Ciencias Teológicas en la Universidad Bíblica Latinoamericana. Su interés teológico se enfoca en explorar el diálogo entre el evangelio y la realidad latinoamericana, desde una perspectiva crítica y comprometida con los desafíos sociales y espirituales de la región.

Todas las entradas

Suscríbete y mantente informado

Suscríbete y recibe nuevas reflexiones que ponen en diálogo la fe, el cristianismo y la misión.

Unete a nuestros canales

Contenido relacionado