Moría sirviendo en medio del destello de las balas asesinas un profeta, un obrero, un padre de los pobres, cuyo “pecado” fue defender y amar a un pueblo que lloraba a sus muertos.
Murió abrazando no su causa, sino la de Jesús por amor a las personas más vulnerables.
Cuando otros callaron, Romero fue un megáfono humano, pastor que reprodujo los gritos de dolor y vejación del pueblo que vivía en la sombra del temor y terror de quienes creen tener el derecho para encarcelar los sueños y la libertad.
Romero no fue ni será el único quien tuvo que entregar hasta su sangre por encarnar el mensaje de Jesús.
Denunciar y evangelizar fueron sus consignas, las cuales abrazó hasta el último de sus sermones y el último latir de su corazón, por ello nuestra tierra latina está manchada de sangre inocente.
Al igual que el Maestro estaba consciente que: “no había mayor amor que dar la vida por el bienestar de otros..." Y Así fue como vivió este humilde sacerdote, una constante entrega hasta la última consecuencia con amor y coraje.
Romero, que tu vida y muerte nos recuerde que ser cristiano se traduce en entrega. Entrega: de las ideas, el servicio, el amor y hasta la vida, por otros. Porque solo aquel que se atreve a dar la vida por causa del Reino, en verdad la hallará.
Quizás por eso dijo con tal convicción:
“Si me matan, resucitaré en el pueblo salvadoreño...”Y Romero resucitó para legarnos un ejemplo de justicia, coraje y compasión; valores perennes que deberían estar presente en quienes buscan encarnar el Evangelio de la esperanza y la verdad.
Hoy te recordamos, a ti y a todos los que han luchado con las armas de la verdad.
Y que el cielo nos reprenda si en algún momento te dejamos en el olvido, porque olvidar es perder la memoria y repetir la historia.
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