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En estas dos semanas de vacaciones y descanso antes de lo que serán mis últimos cursos de la maestría he pasado mucho tiempo en el teléfono. Ese aparato es muy útil, nos conecta con la familia y amigos y me permite estar al tanto de lo que pasa en muchos lugares, pero también parece que esclaviza. De pronto me doy cuenta que puedo pasar horas sin hacer nada en el teléfono. Leo muchos artículos e investigo cosas novedosas pero no parece que algo cambie. Soy tan solo una receptora pasiva de información inútil. Suena fatalista, pero no creo estar tan lejos de lo que es la realidad de muchos/as…
Mis reflexiones sobre la tecnología se agudizaron después de una clase en la Maestría, en la que discutimos sobre los beneficios y desventajas de los medios de comunicación y las redes sociales. En esos días estábamos por comenzar la Cuaresma y me pareció un buen tiempo para medir mis propias tendencias y tentaciones en relación a las redes sociales. El abstenerme de Facebook y limitar mi “googleo” no resolvió el problema, solo me hizo consciente. La verdad es que cambiar hábitos es mucho más difícil de lo que uno imagina o piensa. Me sorprendí a misma cómo después de 40+ días de limitación tecnológica, mi re-adaptación fue casi inmediata. Entonces la pregunta, es ¿Cómo hacerle frente a esto? ¿Cómo pensar teológicamente y sin culpas sobre el uso de los medios de comunicación que muchas veces nos esclavizan?
Parte de mis reflexiones se han nutrido por la experiencia de esperar la llegada de nuestra hija. Abdiel y yo no queremos que ella crezca con papás que viven constantemente atados a su celular, por asuntos de trabajo y entretenimiento. Y tampoco queremos que ella esté expuesta a ese tipo de estimulación. De hecho, queremos que su exposición sea la mínima, pero eso debe comenzar por nuestra experiencia y ejemplo. La necesidad de reflexionar sobre el tema es importante para mí porque casi todos a nuestro alrededor (incluyéndonos) estamos absortos por el celular. De nuevo, mi lectura podría parecer un poco exagerada pero creo que vale la pena enfatizar el riesgo de nuestra dependencia de las redes sociales y de aparatitos que nos tienen 100% conectados…
Por otro lado, uno de los engaños de las redes sociales (sobre todo Facebook) es la ilusión de convertirnos en activistas por diversas causas (medio ambiente, por los derechos de los niños y las mujeres, contra la injusticia social, etc.) Pero la verdad es que muchas veces quienes pasan más tiempo en las redes son quienes más impotentes se sienten para generar un cambio social. Y honestamente, los cambios sociales no comienzan por las redes. Tal vez pueden nutrirse, pero los verdaderos encuentros, esos que son personales e intensos son los que pueden producir cambios. Con esto no pretendo satanizar las redes sociales, al final de cuentas no creo que me salga completamente de Facebook ni dejaré de usar whatsapp. Pero necesito seguir cuestionando mis valores y mis prácticas y hacer preguntas que me incomodan…
Tengo algunas ideas de cosas que pueden ayudar, aunque no todas las he practicado o me han funcionado:
- Compartir con alguien o con un grupo nuestra “relación” con las redes sociales. Sus efectos en nuestra vida, el tiempo que pasamos en el celular o la computadora, la manera en que nos afectan y las tentaciones que nos presentan.
- Limitar su uso y ayudarnos de otros para hacerlo, al rendir cuentas y compartir cómo estamos haciéndole frente a las dependencias poco sanas…
- Tener tiempos, como en la mesa, cuando estamos con otros o en la cama en la cual el celular y la computadora están prohibidas.
- Tener siempre a la mano un libro y buscar espacios en los que nos sentemos a escribir, reflexionar, meditar leer u orar sin la estimulación del celular.
Sobre la autora:
Alejandra Ortiz es de Tijuana, México y comparte la vida con Abdiel. Es Licenciada en Historia y estudia Teología en Regent College en Canadá. Trabaja como obrera estudiantil a tiempo completo en Compa, México, pero actualmente se encuentra en sabático de estudios.
Sigue a Alejandra en Relatos de Esperanza
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