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sábado, 21 de octubre de 2017

Incidamos, seamos agentes de transformación

Por Parrish Jácome, Ecuador
Imagen: Pixabay
La semana que transcurrió estuvo llena de experiencias, emociones diversas que captaron nuestra atención: La eliminación de nuestra oncena del mundial Rusia 2018, conocer el listado de los jugadores sancionados, las medidas económicas anunciadas por el presidente, la marcha por la vida y la familia y sus reacciones. Sin embargo, nada más doloroso que conocer la noticia de 100 niños víctimas del abuso sexual, por parte de quienes, llamados para cuidarlos y formarlos, dieron rienda suelta a las más vergonzosas y brutales pasiones.

Las Escrituras hablan con fuerza de la postura que nuestro Dios toma en favor del oprimido, explotado, frágil, indefenso, vejado, quienes al pasar por experiencias que marcan sus vidas, deben seguir luchando por superarlas, tanto como puedan. Tristemente, a veces solo alcanzan a aprender a vivir con esas marcas y sus terrores.

“Tú, SEÑOR, escuchas la petición de los indefensos, les infundes aliento y atiendes a su clamor. Tú defiendes al huérfano y al oprimido, para que el hombre, hecho de tierra, no siga ya sembrando el terror” (Salmos 10:17-18). Nuestra indignación se convierte en oración…

Si la postura del Eterno es clara, definida, ¿cuál debe ser la de la iglesia? ¿Debería expresarse? ¿Guardará silencio? ¿Debería asumir un papel activo en la defensa de estas víctimas, o asumirá que la justicia es la responsable? Pareciera que la iglesia tiene definidos los temas que la movilizan, levantan, animan a manifestarse …... Mientras que para otros no logran captar su preferencia y compromiso. ¿Qué nos dice eso?

La marcha denominada por la vida y la familia, realizada el sábado 14, en varias de las principales ciudades del país, mostró la gran convocatoria que los diversos actores sociales, incluidos los religiosos poseen. El interés mostrado por miles de personas, pone en la mesa los temas de interés, aquellos que inquietan, preocupan, movilizan. Reconocer que ese mismo interés o superior, debería tener en nosotros, aquellas realidades que a vista y paciencia ocurren, sin encontrar esa misma respuesta combativa de un sector importante de la sociedad.

El feminicidio, el abuso sexual infantil, la corrupción, apenas tres temas gravitantes de nuestra sociedad, no han logrado captar la atención, que la preocupación por una posible injerencia del gobierno en materia educativa sexual y reproductiva generó. Me pregunto: ¿Acaso la vida, no es más que eso? Si estamos dispuestos a marchar por estos temas, con la misma pasión e intensidad, debemos también pronunciarnos, buscar caminos para erradicar estos males sociales que laceran y destruyen vidas, familias, sociedades.

La tarea estará en los dos campos de convivencia. El principal, determinante para generar valores, aquellos que con el paso del tiempo, lejos de oscurecerse, sigan afirmándose: la familia como comunidad formativa para la vida. Es posible que la influencia del entorno, en su momento, pretenda afectarlos, sin embargo, la firmeza de la verdad podrá siempre enfrentar estos obstáculos. Precisamente, por eso son valores, perduran, aunque que tengan que responder a nuestra preguntas y elaborar nuevos caminos. La formación de los padres en casa, en el hogar, es y será determinante, debiendo superar los desafíos del tiempo, que la vida moderna nos enfrenta. Hablar de tiempo de calidad, muchas veces es insuficiente, la realidad, es que la tarea formativa, no puede dar tregua, ¡tiene que ser a tiempo y fuera de tiempo!

Ya, de antiguo, Dios lo indicó a su pueblo: “Éstos, pues, son los mandamientos, estatutos y decretos que Jehová vuestro Dios mandó que os enseñase, para que los pongáis por obra en la tierra a la cual pasáis vosotros para tomarla; para que temas a Jehová tu Dios, guardando todos sus estatutos y sus mandamientos que yo te mando, tú, tu hijo, y el hijo de tu hijo, todos los días de tu vida, para que tus días sean prolongados. Oye, pues, oh Israel, y cuida de ponerlos por obra, para que te vaya bien en la tierra que fluye leche y miel, y os multipliquéis, como te ha dicho Jehová el Dios de tus padres. Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es. Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas. Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes. Y las atarás como una señal en tu mano, y estarán como frontales entre tus ojos; y las escribirás en los postes de tu casa, y en tus puertas” (Deut. ‭6:1-9).‬ ‭

El segundo campo, con igual trascendencia es el público, aquel que se expresa en leyes, normas, regulaciones, que contribuyen a una convivencia saludable. Este campo, usualmente ajeno para la vida de la iglesia, requiere de su presencia. Una iglesia que acompañe, escuche, aprenda y oriente, siendo capaz de asumir su tarea social, con igual o mayor relevancia, a los temas que siempre serán de su interés. En este sentido, el llamado es claro, determinante; demandante, para quienes en seguimiento encarnacional a Jesús, deben mostrar su respaldo irrestricto a los que sufren violencia, opresión, y estar a favor de los que buscan el bienestar de toda la creación.

Así, nuestro interés debe ser que Dios exprese su justicia en todas las relaciones familiares, eclesiales, sociales: “Oh Dios, otorga tu justicia al rey, tu rectitud al príncipe heredero. Así juzgará con rectitud a tu pueblo y hará justicia a tus pobres. Brindarán los montes bienestar al pueblo, y fruto de justicia las colinas. El rey hará justicia a los pobres del pueblo y salvará a los necesitados; ¡él aplastará a los opresores!” (Sal. 72:1-4).

El llamado a la iglesia a orar por los gobernantes es fundamental, entendiendo que por su intermedio llegará la justicia requerida. Una oración que se hace eco de las necesidades, que las asume, que las incorpora a su diario vivir. Allí es donde la empatía con los que sufren impulsará a buscar soluciones, caminando, recorriendo, participando activamente como parte de esa sociedad civil, que reconoce su papel. No tenemos por qué temer aportar; si debemos temer, es a no hacerlo, por cuanto, compromete nuestra lealtad al evangelio y al único Señor nuestro: Jesús.

“Así dice el SEÑOR: ‘Practiquen el derecho y la justicia. Libren al oprimido del poder del opresor. No maltraten ni hagan violencia al extranjero, ni al huérfano ni a la viuda, ni derramen sangre inocente en este lugar’” (Jeremías 22:3). Nosotros incidimos, pues, orando, informándonos, participando, aportando, respetando, denunciando, pero también practicando la justicia en nuestros propios ámbitos de vida: trato justo en nuestros hogares, en nuestras empresas, en nuestros trabajos, en nuestra iglesia, en nuestras comunidades…

La iglesia no puede manifestarse solo en intereses particulares, aquellos que atañen a nuestros valores, creencias, doctrinas. Si no somos capaces de mirar más allá, hemos permitido que el sistema egoísta e individualista, combatido desde nuestros propios púlpitos, termine por influenciarnos. Si la iglesia es agente de transformación, no puede excluirse de ser voz en todos los temas relacionados a la vida, la familia, la sociedad. Un cambio de paradigma indispensable, donde la forma, también será determinante, para no caer en lo que se condena, cuestiona, señala. Un acercamiento respetuoso siempre será el camino, de quienes se perciben como parte del problema y también parte de la solución.

La iglesia es parte del problema si las mismas problemáticas que se enfrentan en la sociedad las vivimos en mayor o menor grado en nuestras esferas de relación. Cuando lo olvidamos nos sentimos superiores, inconscientemente asumimos un papel que no contribuye al rol que la fe cristiana debe tener. Influenciar con el evangelio, las buenas nuevas, los valores del reino, demandará una actitud humilde, de quienes reconociendo nuestra realidad, podemos ser testigos de un camino de salida. En este sentido, la iglesia es parte de la solución, por cuanto, puede dar testimonio de la transformación plena, donde en algún momento se pensó que no había salida, ni posibilidad de cambio. Allí es donde el ámbito de influencia de la fe cristiana aporta de manera significativa.

La incidencia debe mantenerse en los dos ámbitos de acción, el privado, en el hogar, donde la tarea de todos los días, no puede abandonarse, a pesar de lo que vemos, enfrentamos. En el ámbito público, nuestra presencia comprometida como parte de la comunidad, mostrará el impacto que siempre tendrá una espiritualidad sana, integral, respetuosa, aquella que tiende puentes, aquella que reconoce las diferencias, disponiéndose a caminar ofreciendo lo que tiene. En este sentido, la tarea es inmensa, amplia, necesitándose una participación de todos los sectores. Mal harían algunos actores sociales al segregar a la iglesia; al igual, mal haría la iglesia al pretender caminar sola en la lucha por los grandes males sociales. Incidir no es poder, es influencia para hacer bien a todos con espíritu de servicio.

Sobre el autor:

Parrish Jácome Hernández, ecuatoriano. Se desempeña como Director General de la Unión Bautista Latinoamericana, UBLA. Secretario Regional de la Baptist World Alliance, BWA. Decano académico del Seminario Teológico Bautista del Ecuador. Licenciado en Teología. Master en Estudios Teológicos. Doctor en Ministerio, por Fuller Theological Seminary, con énfasis en Misiones Urbanas. Economista. Pastor General de la Iglesia Bautista Israel en Guayaquil.

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