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martes, 30 de octubre de 2012

Cuando la memoria se convierte en un grifo que gotea | Por Joana Ortega Raya

Un pueblo que olvida es un pueblo que muere y se condena a repetir los errores de sus predecesores. Nos empeñamos en vivir el presente e intentamos convencernos de que el pasado no tiene ninguna importancia; al fin y al cabo el pasado pasado está y para qué vamos a hurgar en él; sólo nos traerá quebraderos de cabeza. Como, por ejemplo, al juez Baltasar Garzón, que ha sufrido las consecuencias de intentar reivindicar un pasado que algunos quieren olvidar para siempre.

La memoria se define como la capacidad de retener el pasado en la conciencia y revivirlo o reproducirlo mentalmente reconociéndolo como pasado. El acto o resultado de esta capacidad es el recuerdo. La memoria es, por tanto, un puente entre el pasado y el presente, pero para que ese puente sea transitable debemos ser capaces de sacar lecciones de ese pasado, que revivimos o reproducimos, para hacer de nuestro presente un lugar más digno.

Para los griegos, la memoria era un divinidad (Mnemosyne). Según Hesiodo, fue ella la que dio a luz a  las nueve musas “como olvido de males y remedio de preocupaciones” (Teogonia, v.55). Mnemosyne es una diosa de  la raza de los Titanes, hija de Uranos y de Gea, y hermana de Cronos y de Okéanos. Es portadora de un conocimiento significativo de lo eterno y, por tanto, sirve de puente entre el mundo trascendente y el mundo humano.

Rubén Chababo, un intelectual argentino nos asegura que “el valor de la memoria es maravilloso, [porque] permite salvar del olvido todo aquello que fue enviado a las penumbras de la historia”.

La Biblia no es ajena al valor de la memoria, el mensaje de los profetas es claro en este sentido.

Concluimos, por tanto, que la memoria es necesaria para conocer e interpretar nuestro mundo y para reconocer y asumir el pasado como una lección que nos ayuda a construir nuestro presente y a emprender nuestro futuro.

La memoria, entendida de este modo, y si se me permite la analogía, es como un grifo que funciona correctamente, con precisión, sin fallos.  Pero en algunas ocasiones ese grifo se estropea, y es entonces cuando la memoria se convierte en un grifo que gotea, un grifo que no nos deja dormir, que nos obsesiona por su insistente sonido, que oímos aunque no estemos cerca, que se mete en nuestra cabeza y no nos deja pensar con claridad.

En la Biblia encontramos numerosos ejemplos de esa memoria convertida en un grifo que gotea, pero me gustaría centrarme en uno de sus textos más duros y que nos llega de parte del mismísimo Jesús de Nazaret: Mateo 23.

El ministerio de Jesús se desarrolla en un momento en el que la memoria histórica del pueblo de Israel se ha convertido en ese grifo que gotea. Y gotea porque esa historia se ha tergiversado y manipulado con el único objetivo de favorecer a unos pocos (los manipuladores) en perjuicio de unos muchos (las víctimas).

Según Jesús ¿Cómo gotea ese grifo de la memoria? En primer lugar, podemos decir que ese grifo de la meomoria gotea cuando se utliza para dominar y humillar a las personas. En Mateo 23, nos encontramos con un Jesús indignado, enfadado y dispuesto a expresar sin tapujos su comprensión de la situación de su pueblo. Los fariseos se habían permitido el lujo de apoderarse de la memoria histórica y de las tradiciones de su pueblo y las estaban utilizando a su favor y en contra de la inmensa mayoría. Se habían olvidado del verdadero espíritu de la ley (liberación) a favor de una interpretación literalista de la misma (esclavitud).

Los fariseos se habían erigido en intérpretes de las tradiciones de Israel. Ostentaban, según el texto, la cátedra de Moisés, pero lejos de utilizar la ley para lo que en realidad fue dada, es decir para hacer más fácil y fructífera la vida de un pueblo, la estaban utilizando para dominar las conciencias y privar de libertad a las personas. Estaban usando la ley para poner sobre la gente cargas insoportables, imposibles de llevar, con el único objetivo de adquirir reputación, éxito y poder.

Por otro lado, en el texto también podemos observar un olvido de la verdadera espiritualidad para ofrecer una espiritualidad ficticia. Olvidar que la voluntad de Dios es una voluntad salvadora y liberadora lleva al siguiente paso: la práctica de una falsa espiritualidad que impide a las personas en búsqueda encontrar el verdadero camino del Reino de Dios. Se trata de una espiritualidad que ignora lo más importante: la vida de las personas y, sobre todo, la de las más vulnerables.

Además, también se produce un olvido de los verdaderos valores para favorecer un fundamentalismo mercantilista. La ley contiene rigurosas instrucciones sobre los diezmos y las ofrendas. Pero, según Jesús, lo importante de ellas tiene que ver, no tanto con cumplirlas, sino con la práctica de la justicia, la misericordia y la fidelidad. Los diezmos y las ofrendas no sirven de nada si la justicia, la misericordia y la fidelidad no forman parte de nuestro estilo de vida.

Otro elemento que me parece encontrar en el texto que nos ocupa es que Jesús parece denunciar una ausencia de transparencia que lleva, idefectiblemente, a una práctica activa de la hipocresía. Una verdadera experiencia de Dios debe conducirnos, sin duda, a vivir de forma honesta y transparente. Somos lo que somos. Pero, de alguna manera, el olvido de esa experiencia favorece una practica farisea, hipócrita, que nos impide mostrarnos en nuestra verdadera dimensión. No sólo debemos parecer justos, debemos serlo.

Muchas veces, el olvido del pasado nos sirve para justificar nuestras propias conciencias y eludir nuestras responsabilidades. Pensar que no formamos parte de ese pasado es un error. Si somos incapaces de cambiar el presente somos responsables también de ese pasado injusto y, por tanto, nos hacemos cómplices de la sangre derramada de los que sí quisieron  cambiar el suyo.

Entonces, ¿Cómo deberíamos entender la memoria? En mi opinión, Jesús recupera para nosotros su sentido como un territorio de resistencia: resistencia al dominio y a la humillación; resistencia a esclavizar a las personas; resistencia a una espiritualidad ficticia y resistencia al fundamentalismo mercantilista, a la hipocresía y a eludir las propias responsabilidades.

No debemos, no podemos permitir que nuestra memoria se convierta en un grifo que gotea, y Jesús nos dice cómo conseguir que eso no suceda: recuperando un sentido crítico de dicha memória, lo cual quiere decir defender la autonomía y la libertad de pensamiento como algo vital para evitar el goteo insistente de una memoria enferma, y asumiendo la responsabilidad y las consecuencieas de nuestro olvido, ya que las prácticas fariseas pueden llevarnos a lugares y situaciones que no deseamos.

Sobre la autora:
Joana Ortega-Raya es directora de Lupa Protestante.  Licenciada en Teología (SETECA), en Filosofía y Ciencias de la Educación (Universitat de Barcelona), Doctora en Filosofía (Universitat de Barcelona) y Master Duoda en Diferencia Sexual (Universitat de Barcelona). Durante muchos años ejerció como profesora de Filosofía, Biblia y Griego en una institución teológica protestante en Cataluña. Es miembro de la Església Evangélica de Catalunya - Iglesia Evangélica Española (metodista y presbiteriana)

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