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domingo, 17 de julio de 2011

Unidad en serio | Por Abel García

Cuando tenia menos años de edad pensaba que era un real escandalo que la cristiandad esté partida en miles de pedazos independientes entre sí. Me dolian las peleas, las guerras, los desplantes que unos cristianos le hacian a otros, las mutuas acusaciones de herejia, las excomuniones de un lado al otro. Claro esta, tambien pensaba que mi lado de la cristiandad (para dar una idea, ese lado podría definirse como el cristiano evangelico no pentecostal de transfondo conservador) era el que tenia las ideas correctas, las perspectivas mas sanas. Por lo tanto, de manera indirecta  pensaba que la unidad de la iglesia significaba que los demas debian converger al punto de vista de mi rincón eclesial.


Poco a poco me fui dando cuenta que muchos de los diferendos eran -con frecuencia- simples cuestiones de prejuicios y que, en realidad, la propia naturaleza humana permite una multitud de acercamientos a una misma cosa: la diversidad, por lo tanto, es inevitable, natural, en particular en aspectos eclesiales-teológicos. Por lo tanto, ante ese escenario, lo fundamental era el dialogo, la capacidad de lograr acuerdos, y la aceptación de la existencia del diferendo. Me di cuenta, también, que mi propia perspectiva era fruto de muy diversos factores, no necesariamente superiores a los de los demás, que creían lo que creían por muy distintas razones, que si yo hubiera nacido en sus zapatos sería como ellos. Los otros podrían aprender de mi y yo de ellos; se eliminaron gradualmente las ínfulas de control y superioridad que mi tendencia fundamentalista me había inoculado. Llegó el esfuerzo por entender al otro, por aceptarlo a pesar de que no estaba de acuerdo con sus puntos de vista, la posibilidad de hacer comunidad con el distinto. Harto difícil.

Mi entendimiento de la unidad cambió. Se convirtió de la imposición de la posición "correcta" a martillazos -de ser necesario- al intento conciente de la mejor convivencia, sin importar la actitud del otro que puede rechazarme o tiene actitudes-estilos-de-vida que simplemente son la antípoda de mi visión de la existencia, provocando el no-dialogo. Este intento es algo que, sinceramente, aún no aprendo y quizá no acabe de hacerlo nunca, pero apunto en ese sentido. Es una especie de política personal. 

Me es claro que la unidad impuesta no funciona, pero muchos no están de acuerdo. Si mi visión de la unidad es sacar de en medio a quien tiene distintas perspectivas, con el fin de dejar sólo a los que creemos lo mismo, ¿de qué unidad estamos hablando? Si mi visión de la unidad es conspirar contra los demás con un complejo de salvador de la iglesia, para separar el trigo de la vil cizaña, ¿de qué unidad hablamos? Si quiero que la iglesia dialogue y ande junta en pos de colaborar de la forma más óptima con la misión de Dios, pero lo hago marginando a los demás, ¿es esto unidad?

No es unidad. Es solo un discurso, una declaración de intenciones. La unidad de verdad es inclusiva, amorosa, pastoral. Busca el latido de los demás, y lo sincroniza con nuestros corazones. Conversa, busca acuerdos, convive con el otro. Bueno, al menos lo intenta: la intransigencia -propia o ajena- a veces es cruel y no permite nada de esto. Por eso, si de verdad queremos unir a la iglesia, debemos asumir que el camino es largo y doloroso. No me refiero a la fusión de las estructuras organizacionales, por ejemplo el adosamiento a una de las iglesias representativas, como la Iglesia Católica. Me refiero a la unión espiritual de la que mucho se habla pero de la que poco se ve: la que implica que todos los cristianos nos consideremos hermanos a pesar de nuestras específicas confesiones, algo en teoría más sencillo. La via crucis de la unidad implica tener plenamente controlada a la tentación del poder y del control del prójimo. Puede significar ceder mi voluntad, o aceptar las ideas de otro. Implica tener oídos prestos a escuchar y un corazón sensible a la necesidad. Requiere persuadir con argumentos válidos. Necesita evitar la manipulación y el uso de la gente para nuestro propio beneficio. Implica la inexistencia de dobles discursos. Se basa en un alma conectada con la voz de Dios, que nos alumbra el camino: buscar a Dios con el otro es parte de la agenda. Tristemente, lo que nos sale de nuestra humanidad es lo opuesto: por ello estamos tan distantes de aquella oración que pedía que "seamos uno". Quizá un día las cosas cambien; por ahora, andamos lejos de ese ideal.



Sobre el autor:
Abel García García, es peruano. Estudió Ingeniería Económica en la UNI y Misiología en el Centro Evangélico de Misiología Andino-Amazónica.
Es editor de la Revista Integralidad del CEMAA.
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Sitio Web de Abel: Teonomía


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