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martes, 12 de octubre de 2010

Recordando a Amós | Por Abel García


Amós
Debo reconocer previamente que he leído poco, en todo mi tiempo de cristiano, a los profetas denominados “menores” salvo a Jonás por la recurrencia en las prédicas oídas y a Malaquías por la insistencia de los líderes de la congregación con respecto al muy sensible tema del diezmo, aunque he tratado de remendar mi falta con mis recientes estudios veterotestamentarios. Considerando esto ingreso en el mundo de Amós.

¿Cuáles son las características del tiempo, del contexto? Él fue un profeta dirigido al reino del norte aproximadamente en el siglo XIII a.C en un tiempo de relativa paz y mucha prosperidad. La bonanza económica era notoria –de haber tenido un instituto de estadística o un ministro de economía, los reyes hebreos habrían anunciado con mucha publicidad el crecimiento de la economía de la época-, mucho lujo en ciertos estratos pero con una desigualdad calamitosa y abusos notorios contra los pobres desde el punto de vista económico (salarios deplorables, iniquidades en el comercio, adulteración en las pesas y medidas) como el legal (corrupción en los jueces, injusticia institucionalizada). Era en la práctica un sistema que abusaba enormemente de unos en detrimento de otros.

Desde el punto de vista religioso hubo una vida de fe ficticia. Los lugares sagrados rebosaban de gente, activismo, sacrificios al maximo de su capacidad, diezmos al tope y prédicas sacerdotales frecuentes y, seguramente, impactantes, lo que les sustentaba una actitud de falsa seguridad: tranquilos y felices de la situación del país ya que pensaban que nada les iba a pasar porque “cumplían” todos los requerimientos religiosos que representaban obediencia a Dios y, por lo tanto, la nación estaba protegida ante cualquier amenaza. La verdad era, sin embargo, que el pueblo del norte estaba concentrado en las apariencias y habia olvidado a Dios completamente. Su religión no era más que los actos cultuales, el incienso y la sangre de los corderos en el altar pero Jahveh estaba muy lejos de sus vidas.
¿Quién era Amos? No era un religioso, ni levita, ni sacerdote, ni siquiera un acólito del templo sino un ganadero dedicado a sus negocios y a su vida normal, probablemente rico, que en cierto momento de su vida recibe el llamado profético por parte de Dios. ¿Qué anuncia? Denuncia fuertemente el abuso contra los pobres y la dualidad de un sistema barnizado de piedad que favorece a pocos: la riqueza extrema que hace que se tenga una casa de veraneo (Am. 3:15) o que se atesore en los grandes palacios (Am. 3:9) pero que al mismo tiempo se maltrate escandalosamente de los que tienen poco (Am. 4:1) denotando una profunda hipocresía religiosa (Am 5:21-27) que es rechazada absolutamente por Amós, abominando toda la parafernalia religiosa vacía e inútil. Proclama el castigo de Dios que parece ser inminente y duro, un castigo de muerte (Am. 5:3), pero siempre deja un resquicio para la esperanza: “Busquenme, ¡y vivirán!”. Es un mensaje impopular, incómodo al extremo que el sacerdote expulsará al profeta tras el anuncio radical (Am. 7:10-17) pero él se mantiene fiel a la palabra recibida, una palabra de reprimenda, punitiva, de un dolor que se acerca por culpa de nuestro olvido de Dios. Lo peor es que el pueblo no se daba cuenta de lo dramática y frágil de su situación.

Amós vio las cosas con claridad: la fe en Jahveh es una y sus implicancias prácticas no son transables. Poner los ojos en Dios requiere amarlo sobre todas las cosas, vivir comprometido con sus preceptos y buscar la justicia en todos los ambientes en los que nos encontremos. Podemos ser ricos -eso no es lo que Amós condena per se-, pero debemos tener en nuestro corazón una sincera búsqueda de la justicia social, económica y religiosa si nos decimos cristianos. ¿Cómo puedo decir que soy un discípulo de Dios si fomento sin remordimientos las partes negativas de un sistema que empobrecerá a mi prójimo, paga bajos salarios, aprovecha las asimetrías, corrompe el sistema jurídico para que algunos se queden con los bienes ajenos y fomenta el estado de consumismo suntuoso? No tiene sentido y, ante ello, cabe la denuncia vehemente.

¿Es un mensaje relevante el día de hoy? Sí, porque en el Perú las injusticias económicas son abismales pero una buena parte de los evangélicos, en vez de denunciarlas sin ambages, hemos preferido -por ejemplo- hablar de mensajes escapistas que predican un rapto y una segunda venida inminente, siendo un calmante al sufrimiento del tiempo actual (¡un sedativo como lo era el culto de la época de Amós!). Hay hipocresía religiosa dentro de nuestras iglesias pero preferimos la comodidad de teologías dominantes, controladoras y abusadoras. “¿Qué me importa la hipocresía si los hermanos pagan el diezmo?” parecen decir algunos. Hoy en día la iglesia evangélica predica un discurso cómodo, popular, que llena estadios y coliseos, que hace milagros a granel, que tiene cuatro o cinco muletillas a las que llama teología, que fomenta el negocio de la música cristiana absolutamente laxa y sin contenido, que le da la mano al presidente en el Te Deum y le predica suavecito porque algunos pastores están haciendo cálculos políticos por detrás, que predica para ella misma de manera calculadora para no estar mal con nadie a pesar de las injusticias. Esto es muy diferente a lo que el profeta hacía en su tiempo, totalmente comprometido con su situación histórica (al contrario de hoy, que preferimos la máxima espiritualización posible y desconocemos lo que sucede en el mundo), comprometido con los abusados, comprometido con Dios denunciando la manipulación religiosa.

¿Por qué nos habremos olvidado de Amós?

Sobre el autor:
Abel García García, es peruano. Estudió Ingeniería Económica en la UNI y Misiología en el Centro Evangélico de Misiología Andino-Amazónica.
Es editor de la Revista Integralidad del CEMAA.
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Sitio Web de Abel: Teonomía

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